Los veinticinco años que separan en 1999 de 2024 constituyen un período de tiempo que lo ha cambiado todo de forma radical. Internet y la digitalización han transformado el mundo en el que vivimos: cómo nos movemos, cómo nos relacionamos, cómo viajamos, cómo nos comunicamos, cómo recibimos y difundimos la información. El mundo del arte no queda al margen. En 2000 significó el paso a una globalización ineludible y no exenta de consecuencias negativas, y lo estamos sufriendo ahora. Se han abierto innumerables posibilidades de viajar y acceder a todo lo que está ocurriendo al otro lado del mundo pero, al mismo tiempo, esta apertura ha diversificado, multiplicado y precarizado el número de agentes culturales que operan en todo el mundo.
Movilidad artística
La internacionalización o la presencia de la creación catalana en el panorama internacional, a los veinte y treinta del siglo pasado, tenía como principal hito, primero, el viaje a París, para conocer las tendencias artísticas más vanguardistas y formar parte de ella y , más tarde, en Nueva York. En los sesenta y setenta, la diáspora de los artistas catalanes hacía ese mismo recorrido, en París (Rabascall, Miralda, Rossell) y Nueva York (Muntadas, Torres). A partir de 2000, la movilidad del sector artístico viene favorecida por la facilidad para viajar (con el abaratamiento de los precios de los aviones), algo más moderada en la actualidad.
A mediados de los noventa surgen los programas internacionales de comisariado en Le Magasin, De Appel, Bard College o Goldsmith que implican movilidad y creación de redes de trabajo y de intercambio. Lo mismo sucede con las residencias artísticas, que siguen desempeñando un papel fundamental para situaciones temporales de investigación y producción.
Sin ánimo de hacer aquí un recorrido exhaustivo, nos detendremos en algunos momentos concretos en los que la voluntad de ser y hacer dentro del panorama internacional, con mayor o menor fortuna, ha desempeñado un papel relevante.
Intercambios y representación internacional
En este sentido, es necesario distinguir entre la representación institucional y las políticas culturales que la hacen posible y el intercambio orgánico, personas concretas que viven y trabajan en otros lugares geográficos y que tienen un papel activo en el panorama internacional, ya sea a nivel personal (recordemos el papel de “anfitriones” en Berlín del artista Chema Alvargonzález o en Nueva York de Muntadas) o, desde sus instituciones (como son los casos de Martí Manen en Estocolmo, Chus Martínez en Basilea o Marta Gili en Francia ), sin por ello dejar de ser parte del contexto catalán creando vínculos y tejido.
Al hablar de representación institucional debemos remontarnos a la creación, en 1991, del Consorcio Catalán de Promoción Exterior de la Cultura (COPEC), que introduce explícitamente el eje de internacionalización en la política cultural catalana. Desde entonces, se han realizado acciones para fomentar esta representatividad, ya sea mediante políticas de intercambio concretas, ayudas o la aparición de instituciones como el Institut Ramon Llull, en 2002, con el objetivo de promover a el exterior la lengua y la cultura catalanas.
Un repaso a los informes anuales del CONCA, desde 2010, muestra cómo en los años en que la crisis económica y la precariedad no han ocupado los argumentos centrales, se pone el foco en la necesidad de internacionalización y se aportan claves para nuevos modelos basados en la coordinación institucional, los eventos estratégicos y la incidencia en la formación.
Ya sea desde el Institut Ramon Llull, el OSIC, el ICEC, ayuntamientos o el Ministerio de Cultura, es fundamental la promoción mediante ayudas para la movilidad tanto para artistas, profesionales de la crítica y la curadoría o galerías para participar en ferias internacionales o también por la traducción a otros idiomas de textos sobre artistas.
Optimismos desesperados
Otro aspecto importante es la presencia de la creación hecha en Cataluña en bienales, ferias y otros eventos internacionales. Desde el año 2009, el Institut Ramon Llull promueve el Pabellón Catalán en Venecia, “la gran cita” del arte contemporáneo, a menudo con apuestas arriesgadas e innovadoras. A modo de ejemplo, recordamos La comunidad inconfesable, comisariada por Valentín Roma (2009), o Limo, del artista Lara Fluxà (2022).
Pero al hablar de acontecimientos estratégicos para potenciar la internacionalización del contexto, organizados desde Cataluña, a menudo se parte de grandes expectativas que no siempre se cumplen. Recordemos la Trienal Barcelona Art Report, que tuvo una primera y única edición en 2001. Recientemente, el MACBA dentro del programa [contra]panorama le dedicaba un estudio a cargo de Antonio Gagliano y Verónica Lahitte Reconstrucción: Barcelona Art Report [ 2001], con un diagnóstico preciso: “Existe una especie de optimismo desesperado en los repetidos intentos de las trienales o bienales de definir el presente y plantar su bandera en el futuro. Siempre llegan, de algún modo, tarde a la cita. La temporalidad acelerada con la que el sistema del arte adopta y considera agotados sus temas de interés no hace sino incrementar esa sensación de que todo envejece rápidamente. Ahora que el futuro ha dejado de ser el repositorio de todas las promesas incumplidas de la modernidad y se ha convertido en una fuente de ansiedades planetarias, ¿qué sentido tiene seguir organizando bienales?”
Alianzas estratégicas
La voluntad de unirse a eventos estratégicos internacionales se acompaña de la consolidación de éstos mediante la creación de “franquicias”. Lo vemos constantemente en festivales de éxito en otras disciplinas, como Sónar o Primavera Sound. Éste es el caso de la presencia en Barcelona de Ars Electrónica (2021), un evento pionero en arte y tecnología que se expandió de su ubicación originaria en Linz por diferentes ubicaciones en todo el mundo. Seguramente, la participación en este tipo de eventos contribuye a una mejor coordinación local a la hora de desarrollar proyectos conjuntos que articulen una parte del sector.
Otro ejemplo es la celebración de Manifesta 15 en el área metropolitana de Barcelona (septiembre – noviembre 2024). De su anterior formato de bienal nómada de arte contemporáneo ha pasado a ser un proyecto para proponer modelos frente a los retos que se encuentran las ciudades y regiones. Muy pertinente, si no fuera porque su definición y ejecución viene centralizada desde la dirección de la Fundación Manifesta en Países Bajos.
La valoración de todas estas iniciativas va unida a la gestión de recursos. Es necesario un equilibrio a la hora de destinar recursos públicos a eventos que se consideren estratégicos, siempre que no vayan en detrimento de la parte más débil del sector, artistas y otros profesionales independientes que, no lo olvidemos, constituyen la parte más importante en la generación y consolidación del tejido artístico y cultural.
[Artículo publicado en Bonart 200, Septiembre 2024 – febrero 2025]