Diversas localizaciones en Berlín: Postfuhramt, Allianz Treptowers, Kunst-Werke Berlin, S-Bahnbögen Jannowitzbrücke
Del 20 de abril al 20 de junio del 2001
«No soy una teórica. Yo me baso en lo que considero que es relevante en arte y lo que creo que está cambiando en el mundo del arte. Me importa el discurso crítico del arte así como los temas relacionados con el contexto». Con estas palabras, publicadas en el catálogo de la segunda edición de la Bienal de Berlín, respondía Saskia Bos, su comisaria, a las preguntas de Annie Fletcher acerca de las premisas teóricas que habían determinado la selección final de los artistas participantes. Ciertamente, el discurso de esta bienal no puede ser menos pretencioso teóricamente hablando. Consciente del desfase entre los presupuestos teóricos y las resoluciones formales que la mayoría de estos eventos sufre (y la tercera edición de Manifesta en Ljubljana fue un buen ejemplo de ello), Bos ha optado por la claridad y la amplitud de miras a la hora de establecer unos pocos conceptos que, a modo de puntos de referencia, articulan los trabajos presentados a la vez que se convierten en el a-b-c que define el panorama artístico del momento.
Conectividad, compromiso y colaboración son las tres nociones clave que, según Bos, resumen las direcciones de la práctica artística contemporánea. No cabe duda que se trata de un amplio paraguas conceptual en el que posturas absolutamente opuestas quedan no tanto reconciliadas como justificadas. Así, los «objetos de deseo» de Swetlana Heger y Plamen Dejanov pueden compartir espacio con las pintura híbridas de Fred Tomaselli o las imágenes de vigilancia que nos acercan a múltiples historias de Ann-Sofi Sidén conviven con las operaciones de reciclaje y autoabastecimiento de Dan Peterman, por mencionar sólo un par de ejemplos.
No cabe duda que la actividad de Saskia Bos al frente de la Fundación de Appel en Amsterdam y, muy especialmente, del International Curatorial Training Programme, que dirige desde 1994, le ha brindado la oportunidad de seguir muy de cerca el rumbo de las prácticas artísticas contemporáneas, de la mano de artistas y comisarios de jóvenes generaciones. Precisamente, en esta edición de la bienal se reflejan las diferentes direcciones, tentativas, contradicciones y reafirmaciones que han definido la década de los 90: el retorno «a lo real», anunciado por Hal Foster, que ha ido derivando en un acercamiento a la realidad más diaria y cotidiana, las estéticas relacionales acuñadas por Nicolas Bourriaud, quien además firma uno de los textos del catálogo, la apropiación de códigos procedentes de otras esferas de la sociedad, la transformación del espacio expositivo en una plataforma de discusión, el compromiso con el contexto, la búsqueda de «utopías a pequeña escala» (en contraposición con los grandes ideales de los 60 y 70) o la exploración de los códigos narrativos tanto desde su vertiente documental como de ficción, entre otros.
Esta bienal se presenta, pues, como una propuesta de confirmación más que de riesgo. Lo cual no merece necesariamente una valoración negativa, sobretodo, si tenemos en cuenta que una de las principales funciones de este tipo de eventos es el convertirse en catalizador de encuentros («la exposición como excusa para estimular el encuentro entre artistas, críticos, comisarios, galeristas, etc.», como lo definía Christoph Tannert en alguna ocasión). Finalmente, el gran acierto de esta bienal se descubre a posteriori cuando pasada la intensidad del momento, la memoria aún retiene media docena de imágenes de trabajos excelentes: las imágenes congeladas de David Claerbout que, como un germen, suscitan el desarrollo subjetivo de narrativas; el vídeo Rosa de Christian Jankowski, cuyo interés radica tanto en la ficción que narra como en su estrategia como proyecto y unas implicaciones que van mucho más allá del ámbito artístico; la disolución de fronteras entre realidad y ficción, en la que la realidad que aparece es, finalmente, una construcción, en el caso de João Penalva; la adaptación de códigos documentales para ofrecer una verdadera experiencia artística por parte de Kutlug Ataman; la transformación del espacio de exposición en una plataforma de discussión y comunicación a través del Superchannel de Superflex y, finalmente, el espacio de negociación/encuentro propuesto por Liam Gillick.