Hace mucho tiempo que los clichés ligados al fotoperiodismo se derrumbaron. Aunque esta crisis no es nueva, sí lo es la reflexión que aporta la exposición que ahora nos ocupa.
Tradicionalmente la misión del fotoperiodismo era acercarnos a la realidad, a menudo a una realidad lejana y en conflicto. El fotoperiodista tenía la tarea de informar de esa realidad, de esa «verdad», convertirse en testimonio y ofrecer «la imagen» -única y representativa- del hecho en cuestión.
La crisis del fotoperiodismo no es nueva, al menos desde la mítica imagen del miliciano de Robert Capa que resultó no ser verdad. Pero ahora ya no se contenta con una única imagen sino de proponer otros objetos y contar otras/múltiples historias. Lógico si pensamos en la multiplicación de los agentes y canales de comunicación.
La Virreina. Centro de la imagen presenta otra buena exposición, comisariada por Carles Guerra y Thomas Keenan, que hace un buen inventario y análisis de todas las facetas que afectan a la transformación del fotoperiodismo. Se inicia con un trabajo que desnuda todos los mecanismos de construcción de la noticia, con el vídeo de Phil Collins, «How to make a refugee» (1999), que registra el proceso de fotografiar a un joven refugiado kosovar, al que se le invita a quitarse la camiseta, ponerse una gorra, posar con otros refugiados y definir un decorado para representar lo que en la imaginación del fotógrafo es la perfecta imagen de un refugiado y su familia. Lo cínico del asunto es que las conversaciones mantenidas durante el making off de la fotografía muestran una preocupación exagerada por cuestiones de «estilismo» y ningún interés por conocer las circunstancias personales o políticas del protagonista de la imagen.
Tras este inicio, que no puede poner más en crisis la labor del fotoperiodista, la exposición va presentando un inventario de todos los aspectos problemáticos o nuevas situaciones que le afectan: el descubrimiento de otra realidad con la que el fotoperiodista no contaba (a través de las instantáneas que Paul Fusco tomó desde el tren que transportaba el féretro de Robert Kennedy, que mostraba a numerosos ciudadanos que quisieron acercarse a su paso para dar el último tributo a su presidente y que se convirtieron en un retrato de la América del momento); la banalización de las imágenes del horror (en forma de videoclips a cargo de los mismos cámaras de televisión); la utilización de la alta tecnología (los satélites) o de una tecnología mucho más generalizada desde la que cualquier persona puede enviar una noticia al mundo entero (el caso de las manifestaciones en Irán grabadas desde teléfonos móviles y emitidas desde Internet); el archivo (como la última posibilidad para construir la identidad y crear memoria, como ocurre con los archivos de fotografías del Kurdistán recopiladas por Susan Meiselas o de los edificios destruidos en Gaza de Eyal Weisman). Después de todo esto sólo nos puede quedar la ambigüedad e incluso el cinismo de la mirada de Renzo Martens en «Episode III – Enjoy Poverty» para hacer un recorrido por el Congo y mostrar muchas de las contradicciones de nuestro presente que en ningún momento pueden dejarnos indiferentes: ONGs que deben abandonar ubicaciones no porque hayan concluido su labor sino debido al traslado de unas tropas de la ONU que protegen a las empresas que extraen oro de determinadas áreas; logos de la Unicef en todas y cada una de las bolsas que utilizan los refugiados en los campos y, la más importante, que la pobreza es un recurso y genera riqueza pero, desgraciadamente, no para los que poseen dicho recurso, es decir, para los pobres.
Siguiendo con las bondades de «Antifotoperiodismo», hay que mencionar la cuidada articulación de la exposición, tanto en relación con el espacio como entre los distintos trabajos. Es el caso de la relación que se establece entre las presentaciones con diapositivas de las imágenes de «RFK Funeral Train» (1968) Paul Fusco y el «Prayer for the Americans» (1999-2004) de Alan Sekula, una pasa a ser la continuación de la otra en el retrato de la América no oficial, pero sí profunda; la visión desde la tercera sala de las pantallas rojas de Hito Steyerl, ubicadas más al fondo, que constituyen un comentario sutil y nada ilustrativo al exceso de imágenes de conflictos y desastres o, finalmente, la incursión de los archivos de la Palestina destruida de Eyal Weisman en el espacio en el que se muestran los archivos de imágenes del Kurdistán de Susan Meiselas, evidenciando las posibilidades del archivo de imágenes para preservar identidades en peligro. Precisamente esta es la zona más cuestionable de la exposición puesto que quizás abre demasiado el tema principal de «Antifotoperiodismo» y sobre todo considerando que Meiselas será protagonista de una exposición en el mismo centro. Pero incluso la presencia de trabajos menos interesantes, como el de las imágenes de satélites de Laura Kurgan o las no-imágenes de muertos de Adam Broomberg y Oliver Chanarin, aportan elementos o argumentos relevantes al tema de discusión principal.