Mirror’s edge. BildMuseet, Umeå, Sweden (21 de noviembre 1999 – 20 de febrero 2000); Vancouver Art Gallery ( 18 de marzo 2000 – 9 de julio 2000); Castello di Rivoli, Torino (5 de octubre 2000 – 14 de enero 2001); Tramway, Glasgow (2 de marzo 2001 – 15 de abril 2001).
El hecho de que Okwui Enwezor, comisario de Mirror’s edge, se encuentre en estos momentos en pleno proceso de definición de la próxima edición de Documenta, por un lado, unido al carácter globalizador de Mirror’s edge, por otro, hacen que la exposición difícilmente pueda desprenderse de una lectura que intenta encontrar indicios de su carácter de ensayo o borrador de lo que será Documenta XI.
Al margen de estas circunstancias, que conviene no olvidar, no cabe duda que el máximo interés de Mirror’s edge es el perfecto equilibrio que la exposición logra mantener entre la idea curatorial, esto es, el marco conceptual que define la articulación de los artistas y los proyectos artísticos seleccionados. En este sentido, Mirror’s edge, funciona como un modelo perfecto de compromiso entre arte y teoría, de manera que, según el propio Enwezor afirma, «la teoría acompaña al trabajo artístico, sin intentar domesticarlo o convertirlo en una excusa para la especulación teórica».
El punto de partida de Enwezor en este proyecto es tan amplio como sugerente. Tomando como punto de referencia el cuadro Las Meninas de Velázquez, Enwezor continúa la exploración iniciada por Michel Foucault para centrarse en una reflexión acerca de las condiciones y los modos de representación y subjetividad actuales. Este proceso le lleva, siempre desde una postura globalizadora, a la interrogación acerca de las condiciones de la imagen y del retorno de la mirada de los artistas al mundo, como material para crear nuevos espacios protoficcionales.
Los veintiséis artistas presentes en la exposición configuran una visión panorámica -y siempre global-, de las tendencias y planteamientos artísticos más significativos del momento. En este sentido, Mirror’s edge recoge la diversidad de posturas y contradicciones entre imagen y representación, real e imaginario, ficción y no ficción, lenguaje y discurso, visión, en un sentido físico, y visión, en un sentido metafórico o utópico, entre otras.
Sólo desde el contexto de este amplio marco es posible conciliar y encontrar puntos de conexión entre los análisis pictóricos de Thomas Struth, acerca la representación histórica y su representación institucional; las imágenes de cines y teatros vacíos, entendidos como no-espacios por Hiroshi Sugimoto, las (evidentes) construcciones fotográficas de Thomas Demand; las imposibles estructuras arquitectónicas de Bodys Isek Kingelez o los prototipos de N55 que evidencian su activismo social y político.
Llegados a este punto, es igualmente interesante descubrir tanto las diferencias como los puntos de encuentro entre los artistas de la exposición. Así, la ficción entendida como una potenciación de lo real podría ser el punto de contacto entre «el laboratorio artificial» creado por Thomas Hirschhorn; la recreación de una ciudad con objetos de cristal por parte de Carlos Garaicoa o el carácter multidisciplinar y efímero de los eventos organizados por Actual Alchemy.
La creación de condiciones o sistemas paralelos a los de la economía global del arte contemporáneo es evidente en las dislocaciones de Henrik HÂkansson, con la incorporación de la naturaleza (en este caso, unos grillos) al contexto del espacio expositivo. Desde un planteamiento distinto, este extrañamiento aparece también en el proyecto para el «Museum of Contemporary African Art» de Meschac Gaba, que interroga la naturaleza de las apropiaciones culturales y su legitimación institucional.
La aproximación al lenguaje cinematográfico está representado por dos posturas bien distintas, por un lado, la dislocación del tiempo y del espacio en el trabajo de Liisa Roberts, que mantiene una posición crítica en relación a la imagen cinemática y, por otro lado, la fidelidad de Steve McQueen a la historia del cine, mediante la apropiación de los clásicos cuyo realismo, sin embargo, subvierte mediante la repetición o la dilatación temporal.
La globalización de la cultura -un aspecto inevitable en un proyecto de las caracterísitcas de Mirror’s edge- está presente en el laberinto que incorpora fragmentos de realidad de Pascale Martine Tayou y su énfasis en la necesidad de revisitar las ciudades; en la confrontación entre la memoria individual y la identidad urbana, por parte de Peter Spaans o en los descubrimientos personales como medio para configurar una nueva identidad cultural, por parte de Francis Alÿs.
No cabe duda, pues, que Mirror’s edge es una exposición ambiciosa que, partiendo de una premisa tan amplia como sugerente -las condiciones de la imagen-, permite a su comisario, Okwui Enwezor, realizar, con una sensibilidad exquisita, un amplio y libre recorrido por los diferentes planteamientos artísticos y que, para el espectador, se convierte en una enriquecedora y excepcional experiencia