En sus trabajos, Claude Closky (París, 1963) suele cuestionar la función de los signos, además de jugar con las apariencias. El tema de la identidad y las convenciones de la representación articulan el eje central de su investigación artística. Con una voluntad tan juguetona como obsesiva, demuestra que la combinación potencial de medios y las posibles variaciones de los sistemas de clasificación pueden ser infinitos. El artista construye taxonomías e identifica un orden en sistemas amorfos o, por el contrario, destruye sistemas al concluir que su lógica es absurda. Crea directorios, listados de tipologías abstractas, cuestiona estructuras aparentemente objetivas y universales (como letras, calendarios y códigos) al tratarlas de modo banal. Hace, por ejemplo, inventarios: los primeros mil números clasificados alfabéticamente (Les 1000 premiers nombres classés par ordre alphabétique, 1989). Elabora una lista de los días por orden de magnitud (1994), colecciona frases hechas, que ordena según su longitud, o nos invita a un entretenido recorrido en cuyo transcurso tenemos que elegir continuamente entre dos opciones, con el propósito de reflejar la imposibilidad de sistematizar las respuestas en interpretaciones fijas o concluyentes (Do you want Love or Lust, 1997). Otros trabajos suyos ponen en tela de juicio la economía del tiempo (numera los cuadritos de un bloc cuadriculado o enuncia los nombres que figuran en una guía telefónica -en 8633 personnes que je ne connais pas à Dôle, 1993-). Se recrea en esfuerzos improductivos, en conocimientos fútiles. En otra serie, evidencia la arbitrariedad de las leyes de mercado y de los precios (Sans titre – 15, 20, 25, 30 francs, 2000, muestra cuatro encendedores idénticos, cuyos precios se encarecen progresivamente), o el fetichismo de las marcas, o la oferta sin límite a que nos somete la sociedad de consumo (Cliquez ici, 2001).
El dibujo, el libro, el vídeo, la fotografía, el objeto, el sonido o el ordenador son, para él, medios distintos, o mejor dicho, diferentes medios de expresión que utiliza de acuerdo con sus necesidades expresivas. Para Closky, el dibujo es sinónimo de rapidez y espontaneidad; el libro es un producto del pensamiento, en tanto que requiere una planificación, una dedicación y un seguimiento mucho más estricto; la fotografía permite un resultado serial (como en La Baula, 1995) o puede ser un medio de negación (como en 47 francs que je n’ai pas depensés o en Un pistolet avec lequel je n’ai tué personne); con el vídeo puede explorar (editar y deconstruir) material cinematográfico preexistente y el ordenador constituye una herramienta útil en la combinación casi infinita de frases y pensamientos.
Como acertadamente apunta Frédéric Paul en su libro sobre este artista, publicado por Éditions Hazan en 1999: “su trabajo se basa en un mundo totalmente determinado por un uso codificado del lenguaje y por la expansión encubierta del comercio y la publicidad. En nuestro mundo, signo y producto asumen el mismo estatus de bienes de consumo. Closky acepta el rol de consumidor. La realidad -que nos presenta al tiempo que se nos impone- es todo lo que esos productos en exposición son. No es casual que sus fotografías, libros y collages estén llenos de productos que aparecen hiperrepresentados en los anuncios de las revistas: cosméticos, perfumes, relojes, joyas y objetos de lujo en general. Bien al contrario, la mayor parte de nosotros identifica el consumo, una suerte de euforia colectiva, con la emancipación personal y una pseudocreación”.
U, el proyecto que ahora muestra en el Espai 13, es una videoinstalación compuesta por dos proyecciones que confluyen en una esquina. La proyección, en bucle, consiste en una sucesión rítmica de frases de estilo publicitario que apelan directamente al espectador, mensajes del tipo: U know how, U save 50%, U have new dreams, U have an eye 4 beauty, U enter the gateway 2 unlimited opportunities… Si bien éstos son banales, el contexto publicitario les atribuye una aureola de sofisticación. “Los nombres de las marcas forman parte de nuestro vocabulario cotidiano”, afirma Closky, “Benetton o Lancôme tienen el poder de anunciarse en todo el mundo, año tras año y en cualquier medio“. De hecho, la publicidad ya no vende marcas, sino modelos de identificación y estilos de vida. Closky se sirve del depuradísimo lenguaje escrito de los SMS, una forma de comunicación espontánea, efectiva, rápida y barata, creada por los usuarios de teléfono móvil y adoptada ahora en numerosas estrategias publicitarias para llegar a estos mismos usuarios con su propio lenguaje.
Al situarnos frente a esta forma específica de comunicación con la que convivimos -aunque tal vez no nos tomemos muy en serio y seguramente no reparemos hasta qué punto determina nuestro comportamiento social (convirtiéndonos en consumidores antes que en ciudadanos)-, Claude Closky nos confronta al autorretrato de la sociedad a la que pertenecemos. Pero la intención de Closky no es didáctica ni panfletaria (él mismo no puede negar la fascinación por las estrategias publicitarias). El artista se contenta con contribuir a subrayar sutilmente los mecanismos conductistas, las técnicas de seducción y sugestión, las pequeñas anomalías o dinámicas dirigistas que determinan a diario nuestras elecciones: el perfume que elegimos, la ropa que nos ponemos, el coche que conducimos, la música que escuchamos, la película que vemos, el partido al que votamos e, incluso, la ONG a la que apoyamos. Al confrontarnos a los mensajes que cada día y desde todos los frentes nos bombardean, Claude Closky apela a nuestra capacidad de reacción para modificar nuestra percepción de la realidad, para despertar la conciencia y estimular nuestra capacidad de interrogación y de duda.
Montse Badia
Febrero 2004