Cosas que a veces no conducen a nada…

Medir es una manera de conocer la magnitud de las cosas, de controlar, de poner orden. Una novela reciente de Daniel Kehlmann, La medición del mundo, toma como protagonistas a dos personajes históricos, el matemático Carl Friedrich Gauss, partidario de la abstracción y de la deducción lógica y el astrónomo Alexander von Humbolt, naturalista e incansable explorador. A pesar de que representan dos maneras de concebir el conocimiento científico, ambos compartían una obsesión: medir el mundo. Pero no hace falta remitirnos a la transición entre los siglos XVIII y XIX para hablar de orden, de mediciones y, sobre todo, de obsesiones. En un presente profundamente marcado por la manía por la efectividad y por la economía del tiempo (y, por qué no decirlo aquí, por la estandarización y la mediatización), la reivindicación de espacios, valores y lógicas personales, puede generar nuevas maneras de ver las cosas, de cuestionar el mundo o, simplemente, de abordarlo, oponerse o evadirse de él.

Existe toda una genealogía de artistas que con su línea de trabajo cuestionan la noción de orden, muestran que otras lógicas son posibles o evidencian el absurdo de la economía del tiempo. En Paradox of Praxis 1. Sometimes doing something leads to nothing (1997), Francis Alÿs recorría un buen tramo de la ciudad de México, empujando un pesado bloque de hielo cuyo tamaño iba reduciéndose gradualmente hasta desaparecer por completo. Literalmente, «a veces hacer algo no lleva a nada». El artista francés Claude Closky, por su parte, construye taxonomías o, por el contrario, destruye sistemas al concluir que su lógica es absurda. Hace, por ejemplo, inventarios: los primeros mil números clasificados alfabéticamente (Les 1000 premiers nombres classés par ordre alphabétique, 1989); numera los cuadritos de un bloc cuadriculado o enuncia los nombres que figuran en una guía telefónica (8633 personnes que je ne connais pas à Dôle, 1993).

Desde los Trois stoppages étalon (1913-14) con los que Duchamp creó, como si de un chiste se tratara, una nueva imagen de la unidad de medida, numerosos artistas utilizan sus propias unidades subjetivas de medida, como Stanley Brouwn, o detallan las distintas medidas, como la de la sucesión de telas de Mel Bochner como representación «del mundo como una fantasía de verdad cuantificable».

No cabe duda que Daniel Jacoby pertenece a esta genealogía de artistas que busca aproximarse al mundo desde puntos de vista inéditos o poco habituales, poniendo en evidencia el modo en que, a partir de una determinada escala de valores, estructuramos nuestros entornos, cargándolos de sentido y de autoridad. Como Duchamp, Brouwn, Bochner, Alÿs o Simon Starling, Daniel Jacoby quiere mostrar como estos valores pueden ser trastocados, cuestionados y, en cualquier caso, no aceptados como absolutos. Su trabajo se basa en la necesidad de poner en cuestión los parámetros y los valores asumidos.

Con una voluntad tan lúdica como obsesiva, Jacoby se recrea en esfuerzos improductivos, en conocimientos fútiles. Define sistemas y metodologías, construye taxonomías e identifica un orden en sistemas amorfos. En Pronóstico del tiempo del 20 de Febrero para los próximos 100 años contó con la colaboración del Departamento de Astronomía y Meteorología de la Universidad de Barcelona para elaborar un pronóstico para el día 20 de febrero (fecha que coincidía con su inauguración en Mollet del Vallés) de los próximos 100 años. Hizo reediciones musicales y videográficas a partir de las veces en que aparecía la palabra «you» (79 veces) en el álbum Abbey Road de los Beatles (79 veces «you» en el álbum Abbey Road), la palabra «no» en La Naranja Mecánica (Clockwork Orange) de Stanley Kubrick (271 veces «no» en «La naranja mecánica») o todo un repertorio de términos en riguroso orden alfabético (iniciado con la A de «actas» y finalizado con la Z «zamora», pasando por «ética», «felicitarnos» y, por supuesto, «yo») a partir de un fragmento de un discurso del Presidente Hugo Chávez (Extractos del discurso del Presidente Hugo Chávez el 3 de diciembre de 2007, en orden alfabético). Siguiendo esta idea de creación de orden basado en criterios que no se ajustan a los estándares, en un trabajo reciente, Für Eloise de Ludwig van Beethoven en orden de tono, las notas de la pieza de piano compuesta por Beethoven son ordenadas a partir de parámetros diferentes a los de la composición original: en este caso, ya no se trata de transmitir y evocar emociones mediante una melodía como hizo su autor, sino reordenar las notas empezando por el tono más bajo para progresivamente llegar a la nota más alta. Un orden, de menos a más, que el artista también utilizaba de una manera más física al instalar 894 documentos del Centro de Documentación Juvenil por orden de altura, dando lugar a una instalación de claros referentes minimalistas. En todos estos trabajos Jacoby parece insistir en que otro tipo de orden es posible.

Asimismo, se planteó «dimensionar» los conceptos de «grande» y «pequeño». ¿De qué hablamos cuando decimos que algo es grande? ¿En relación a qué? ¿Cómo lo cuantificamos? Podemos relacionar grande con una paella inmensa para trescientos comensales o con un trasatlántico capaz de acoger a miles de pasajeros y pequeño con una tarjeta de memoria para almacenar imágenes en una cámara fotográfica, pero a partir de un cuestionario respondido por centenares de personas, Jacoby extrajo sus conclusiones: el valor numérico absoluto del adjetivo «grande» equivale a la distancia entre Bilbao y Salamanca, es decir, 398.387,44 metros, mientras que el valor numérico absoluto del adjetivo «pequeño» equivale al diámetro de una moneda de dos céntimos de Euro, es decir, 18,04 milímetros. No se puede ser más preciso. ¿O sí?

De alguna manera, el trabajo de Daniel Jacoby se cobija en métodos científicos (con su afán por medir, clasificar, ordenar) y en referentes cuya seriedad está fuera de duda (el minimalismo o la música clásica, por poner dos ejemplos) para explorar el absurdo y las ideas peregrinas. Sus conclusiones, tan precisas como aleatorias, no dejan de evidenciar que el valor de su trabajo está en su capacidad para preguntarse cosas que desde su aparente ingenuidad se muestran libres de todo tipo de prejuicio e ideas preconcebidas.

La misión del proyecto Un Toblerone de exactamente 50 g y (n) Toblerones de aproximadamente 50 g era encontrar un Toblerone que pesara los 50 gramos exactos que se anuncian en su envoltorio. No tanto para poner en duda la aclamada precisión suiza sino para celebrar el hallazgo, el momento en el que las cosas son exactamente como se prometen. El experimento se inició el día 3 de diciembre de 2009 a las 19:58 horas, el proceso de pesado se llevó a cabo en una especie de laboratorio casero en el que no faltó una balanza de precisión, un reloj para dar testimonio de la hora y una fotografía de registro de cada uno de los 492 Toblerones que fueron pesados hasta encontrar el que cumplía los requisitos planteados. A lo largo del experimento se pesaron Toblerones muy alejados del peso previsto, por exceso (50,867 gramos el más pesado) o por defecto (49,173 gramos el más ligero). 26 días después, es decir, el 29 de diciembre de 2009 a las 19:54 horas se puso fin al experimento ya que los dígitos que aparecieron en la balanza con el pesado del Toblerone número 492 fueron 50,000 gramos.

En realidad el Toblerone Lab que Daniel Jacoby dirigió durante 26 días no era muy diferente de otros laboratorios científicos. La rutina y la cotidianeidad forman parte del día a día de las actividades que allí tienen lugar. En un laboratorio la mayor parte del trabajo diario, los distintos experimentos conducen a nada (muchas veces hacer algo lleva a nada) hasta que las pruebas se alinean y se llega a los resultados precisos. En el Toblerone Lab se tuvieron que desenvolver, desechar y comer muchos Toblerones hasta que se llegó al maravilloso encuentro, a la precisión máxima, a la exactitud. Una exactitud que es absolutamente efímera puesto que las condiciones del chocolate y otros elementos externos podrían hacer variar el resultado final en unos pocos miligramos.

De este modo, Jacoby trabaja con referentes «serios», como el conceptual, la ciencia, el rigor y lo sistemático para alcanzar ese momento de precisión que, en realidad, es tan aleatoria como inútil, para evidenciar el absurdo y la falta de sentido, para hacer temblar los cimientos de las «verdades absolutas». Jacoby podría pertenecer a esa otra genealogía de Bartlebys que en lugar del «preferiría no hacerlo» (del protagonista de la historia de Melville) se enzarza en procesos larguísimos y meticulosos que no conducen a nada. Precisamente porque la filosofía del «a veces hacer algo no conduce a nada» puede servir para plantear las preguntas más irreverentes, radicales y rompedoras. Aunque no lo parezca.

Montse Badia