¿Quién no se ha reido alguna vez con uno de esos chistes sobre un inglés, un francés y un español confrontados a situaciones en las cuales las diferentes reacciones evidencian las diferencias culturales? De hecho casi todos los países tienen su versión de este tipo de chistes, simplemente sustituyendo el tercero en discordia por la nacionalidad en cuestión (léase español, o portugués, o polaco) que finalmente resulta ser el «listillo» (o el tonto) de turno, con lo que el chiste se convierte en un compendio de lugares comunes y estereotipos culturales (el listo y el tonto, el alto y el bajo…).
Precisamente por ejemplificar conflictos universales a partir de narraciones muy simples, los chistes han sido utilizados por algunos artistas para realizar trabajos artísticos de trascendencia política. A modo de ejemplo podemos mencionar tres: los «chistes turcos» de Jens Haaning, emitidos desde unos altavoces situados en una plaza pública de Oslo y ante los cuales sólo los turcos o las personas que hablaban turco podían entender y reaccionar de manera que los ciudadanos nativos quedaban desplazados y, naturalmente, excluídos. Otro caso remarcable es el gag de Faemino y Cansado que Antonio Ortega recrea con un comisario y un artista en su vídeo «Determinación de personaje», para poner en primer plano una serie de ideas preconcebidas y convertirse en una metáfora o ejemplo de lo social. Y un tercer ejemplo es el vídeo de Rubén Martínez en el que el propio artista relata una sucesión de tipologías de chistes en las que se concentra el máximo número posible de referentes políticamente incorrectos.
En el caso de Rafael G. Bianchi, «Un inglés, un francés y un español» consiste en un columpio triple (si lo podemos describir de este modo) en el que sólo el consenso y la coordinación permiten su uso, es decir, que quizás no sea tanto la pericia del «listillo» de turno, sino un plan conjunto el que permite resolver el conflicto.
Precisamente este componente lúdico que no duda en modificar las reglas establecidas ya estaba presente en otros trabajos anteriores de Rafel G. Bianchi. Concretamente, una de las piezas que integraba la serie «En juego» reproducía un campo de juego en el que estaban marcadas unas sobre otras las líneas definitorias de un campo de fútbol sala, de balonmano y de baloncesto. Naturalmente, la confusión que generaba hacía que las figurillas que representaban a los jugadores estuviesen unánimemente mirando hacia el suelo desconcertados.
El artista asume el papel de bufón, aquel que mientras entretiene (y por tanto aparece como un elemento inofensivo) tiene licencia para hacer una crítica implacable
Esta mirada perpleja, pero a la vez juguetona, es la que caracteriza el trabajo de Rafel G. Bianchi, quien no duda en presentarse como el protagonista de una tira cómica mediante un autorretrato en el que pasa del cuestionamiento a la frustración y evidencia la perplejidad y la confusión ante un presente que sigue una lógica más que cuestionable. El artista asume el papel de bufón, aquel que mientras entretiene (y por tanto aparece como un elemento inofensivo) tiene licencia para hacer una crítica implacable. Una crítica que parte de la duda permanente e incorpora el error como un componente más de la creación o de la toma de decisiones. Como en la pieza «Minigolf» (la tercera de la serie «En Construcción») en la cual el error es un elemento esencial. «Minigolf» consiste en un recortable (y de nuevo aparece lo extremadamente popular y banal pero también nostálgico porque nos remite a nuestra infancia) dibujado y pintado por el artista que es el resultado de algunos errores o falta de destreza dibujística de su autor. De nuevo el rol de bufón (en este caso en el sentido de patoso que bloquea cualquier intento de rememoración meláncolica) le permite a Bianchi hacer una crítica mucho más lúdica que fundamentalista y por eso mismo mucho más efectiva. Siempre desde la duda y la perplejidad como postura artística.