Más allá de su connotación filosófica, el tiempo puede ser un elemento para cuestionar los límites: de la institución, de la percepción, del espectador, de la obra, del artista…
El plano en el que Carey Mulligan interpreta la canción «New York, New York» es eterno en la película «Shame» de Steve McQueen. Y no estamos en un museo. «Shame» están en los circuitos del cine comercial. El cine de Alexandr Sokurov expande tanto la noción de tiempo que desafía las convenciones de su exhibición. En «Sleeping», Andy Warhol filmó una noche de ocho horas de sueño del poeta John Giorno. Tiempo real y tiempo cinematográfico se superponen. Martí Anson realiza una pseudo-road-movie «Walt & Travis» que muestra los momentos en los que no sucede nada relevante.
El tiempo también puede expandirse de manera que no seamos capaces de abarcar todo el trabajo. En «24 Hours Psycho», Douglas Gordon ralentiza la película «Psicosis» de Alfred Hitchcok, de manera que su duración coincide con las 24 horas en las que se desarrolla la trama de la película. Christian Marclay construye una instalación a partir de la edición de escenas de películas en las que aparecen relojes, hablan del tiempo o se realizan acciones vinculadas a éste, sincronizadas con el momento en que se proyectan.
Igualmente inabarcable fue la propuesta de Dora García en la Bienal de Venecia 2011. «Lo inadecuado» consistió en una serie de performances que se realizaron a lo largo de los meses que duró la Bienal, de manera que difícilmente ningún espectador pudo seguir presencialmente el proyecto en su totalidad, a excepción de la propia artista.
En otros casos, la percepción cambia porque se centra en la experiencia de lo real. El tiempo de visita a la exposición se transforma en un tiempo de experiencia o de conversación, como ocurre con las «situaciones construidas» por Tino Sehgal. O un tiempo de sorpresa, como en el trabajo «Work N° 850» de Martin Creed que consistió en que cada 30 segundos, un sprinter recorría los 86 metros del pasillo neoclásico de la Tate Britain a toda velocidad.
Modificar los códigos temporales tiene que ver con la experiencia y, ya sea a través de su expansión, su congelación, ralentización o compresión, se relaciona con la exploración de los límites de la institución y la propia definición del hecho artístico: ¿qué es la obra? ¿cómo hay que presentarla? ¿cómo hay que percibirla? ¿cuál es el papel del artista? ¿cuál el del espectador?