El futuro del arte. En un mundo de recortes e industrias culturales

El arte no salva vidas, pero las mejora. Esta aseveración puede ser más o menos compartida en función del momento histórico, social y económico. En los últimos años, todas las hojas de ruta han señalado la dirección hacia una mayor profesionalización en este sector, que lleva implícita una mayor eficacia y estandarización. Buena prueba de ello ha sido la proliferación de talleres profesionalizantes: confección de dossiers profesionales, cursos de inglés para artistas, etc. Nada que objetar, siempre que estas herramientas de comunicación no sean el objetivo principal, sino el acompañamiento a un trabajo y a un discurso artístico previos.

Porque el arte no es una industria cultural y, si quiere serlo el precio a pagar es quizá demasiado alto. El arte se parece más a una actividad de laboratorio, de investigación, de prueba y error, que de lanzamiento de productos ya empaquetados y de espectáculos listos para su consumo. El arte trabaja con lo inesperado y con el no saber cómo reaccionar. Cuando vamos al cine a ver una película de género, conocemos de antemano ciertos códigos y ciertas dinámicas, en arte no siempre sabemos con lo que nos vamos a encontrar y nunca acabamos de estar seguros de cómo debemos reaccionar. Y esto puede constatarse en los gestos más sencillos: cuando asisitimos a una representación teatral (no importa si es “La vida es sueño” o teatro experimental), como espectadores, sabemos que al final aplaudimos a los actores. Cuando asistimos a una performance artística siempre existe un momento de duda, antes de decidir si debemos aplaudir o no.

El rol independiente y anticonvencional del arte podría ejemplificarse con Pippi Långstrump, el personaje de ficción creado por Astrid Lindgren. El espíritu de contradicción de Pippi, presente incluso en sus trenzas y en su idiosincrática manera de vestir y de vivir, es un festival de creatividad, imaginación e independencia que a menudo choca con el resto de la sociedad y que, al mismo tiempo, abre a nuevas experiencias a sus conservadores amigos, Tommy y Annika.

El arte es una práctica que radica en la individualidad, en las obsesiones personales y en la posibilidad de generar conflictos o relaciones críticas con sus formas. De esta manera es capaz de generar un conocimiento que va más allá de parámetros standards e insiste en la diversidad y la diferencia. El objetivo: plantear cuestiones, marcar interrogantes que permitan observar y cuestionar las cosas desde perspectivas renovadas.

Aunque las perspectivas objetivas no parecen nada halagüeñas para el futuro del arte: recortes, subida del IVA y del IRPF, recesión. Cuestiones básicas como sanidad o educación empiezan a estar desatendidas, de manera que la necesidad del arte parece mucho más relativa. Pero, por eso mismo, debe continuar siendo el detonante para despertar conciencias y para apuntar hacia otras posibilidades de pensamiento y de acción. Más que nunca, el arte es una necesidad absoluta y su práctica, un modo de resistencia.