La idea de testimonio, de confesión, hablar en primera persona para narrar la propia experiencia, como expresión de subjetividad o como exposición de lo íntimo es una forma de transmitir veracidad. Lo vemos en libros, en documentales, en programas de televisión y también en trabajos de artistas. En un momento en que la realidad aparece construida, mediatizada y virtualizada, a menudo lo que nos queda es el “aquí y ahora”, las vivencias más personales y la relación con los otros. La artista Sophie Calle, de quien estos días podemos ver una exposición en la Virreina. Centro de la Imagen de Barcelona, es un buen ejemplo de ello. Calle escribe fragmentos de su biografía, que son verdaderas tranches de vie: se hace seguir por un detective; invita a personas a dormir con ella y a explicarle historias; comparte una carta de ruptura sentimental y pide a más de cien mujeres de profesiones bien distintas que la analicen, interpreten, la comenten y la canten, si lo consideran oportuno.

En el caso de Calle es muy difícil separar la parte profesional de la personal, seguramente porque trabaja las circunstancias de su vida como una forma de aproximación artística: pide que le escriban cartas de amor, encarga su biografía a un escritor de oficio o filma como ficción la historia de amor que ella confiesa que es la más auténtica que ha tenido. Calle es la protagonista de su propia novela y también la de otros como Leviathan de Paul Auster, en la que no cuesta reconocer en el personaje de Maria Turner o en el relato “Porque ella no lo pidió” del libro Exploradores del abismo de Enrique VIla-Matas.

Pero Calle no es la única. A la artista norteamericana Jill Magid también le gusta verse como “la protagonista de la novela de otra persona”. En el año 2007 Jill Magid vuelve a su ciudad tras haber pasado cinco años en el extranjero. Como vive en Brooklyn coge el metro a menudo y no sale de su asombro cada vez que escucha por megafonía el anuncio de que “por razones de seguridad” cualquier pasajero puede ser objeto de un registro. Sin dudarlo, Jill se acerca a un oficial y le pide que la registre. La negativa del policía deriva en un acuerdo: la posibilidad que la artista lo acompañe durante sus rondas de vigilancia nocturna. Los mundos a los que pertenecen los protagonistas de esta historia no pueden ser más distintos pero la fascinación es mutua y ella escribe un diario que recoge todas sus impresiones durante los turnos de vigilancia.

Calle, Magid y muchos otros artistas utilizan estrategias de (auto)representación, se mueven en el terreno de lo privado, se fijan en lo cotidiano, lo íntimo, lo afectivo, lo emocional y lo confesional. Ponen el yo en el centro del discurso para, en el fondo hablar de todos nosotros.