Habría que revisitar a Beuys

La mayoría de grandes referentes del arte, desde la segunda mitad del siglo XX, acostumbran a ser leídos desde la contemporaneidad, poniendo el énfasis en aquellos aspectos que se consideran más relevantes en cada momento. Artistas tan versátiles como Cindy Sherman se pueden analizar desde el punto de vista fotográfico, cinematográfico o apropiacionista, entre otros. En su momento, las teorías feministas vieron en ella un ejemplo de los estereotipos de la femeneidad y las teorías post-estructuralistas, un ejemplo de construcción de la noción de identidad como compendio de la noción de «la muerte del autor». Como escribió Hal Foster con motivo de la retrospectiva que le dedicó el MOMA de Nueva York en el año 2012, esto evidencia «hasta qué punto acertábamos y, al mismo tiempo, qué equivocados estábamos».

En el caso de Francis Bacon, durante la década de los 80 (postmodernismo, no lo olvidemos) se hablaba de referencias a la historia del arte (desde Velázquez hasta Picasso, pasando por Chaim Soutine), del gesto y la expresividad de las pinceladas y de la soledad y la violencia que sus pinturas pudieran transmitir. Tras la muerte del artista, el año 1992, su taller fue donado por su pareja, John Edwards a la Galeria Municipal de Arte Moderno de Dublin, donde fue reconstruido con una precisión arqueológica. A partir de ese momento, se pone en valor su metodología de trabajo, visible a partir de la ingente colección de fotografías, ilustraciones de revistas médicas, noticias de prensa y reproducciones de obras que se encuentran en su taller. No es casualidad que este foco de atención puesto en su archivo tenga lugar con el cambio de siglo.

Pero recuperar o reivindicar a un/a artista no es interesante por aquello que el presente pueda decirle sino por aquello que un/a artista pueda aportar al presente. Por eso, ahora sería un buen momento para reivindicar, una ve más y en toda su complejidad, la figura de Joseph Beuys, de su convicción en el podre transformador del arte, la necesaria vinculación con la política, los aspectos pedagógicos, rituales, simbólicos, místicos, humorísticos y la consideración de los múltiples y su alcance democrático como elementos válidos para diseminar su discurso.

En un momento de fuerte permeabilidad entre arte, mediación y pedagogía e industrias culturales, esta aproximación al arte vuelve a tener relevancia. Volver a Beuys ahora mismo podría ser como si pudiéramos hablar con nuestro yo del pasado, el único con autoridad para hacernos ver que nos estamos cargando el planeta (como cada día nos recuerdan no tanto los políticos y las grandes corporaciones, sino Greta Thunberg y tanto otros adolescentes y activistas de lo que tenemos tanto que aprender) y para reconciliarnos con un discurso humanista que creía/cree en la capacidad de las personas para hacer del mundo un lugar mejor.