Empezó de manera casual y festiva: en el año 2003, Mario Flecha invitó a un grupo de amigos a realizar un evento artístico en una casa que acababa de comprar en Jafre, un pueblo del Baix Empordà que cuenta con 300 habitantes. Con toda la ironía del mundo lo llamó «bienal». Era el momento del boom de las grandes bienales internacionales. Sólo en ese mismo año tuvieron lugar las de Venecia, Sharjah, Estambul, Beijing, Cairo, la Habana, Kyoto, Mercosul, Lyon, Praga, Göteborg… Un par de años antes y con similar guiño de complicidad, Maurizio Cattelan había organizado la 6th Caribean Biennial, una semi-falsa bienal que ofrecía a los diez artistas invitados una semana de vacaciones sin arte ni obligaciones en la isla de St. Kitts. Ironías a un lado, Jafre siguió celebrándose cada dos años y consolidándose como la «bienal más corta y pequeña del mundo». Con una duración de dos días, un listado de catorce artistas invitados y un ámbito de actuación que se ha extendido a todo el pueblo, este verano ha celebrado su sexta edición.
Comisariada por Mario Flecha y Carolina Grau, a los que este año se ha unido el compositor Daniel Teruggi, lejos de competir con otras bienales, la Bienal de Jafre ofrece a artistas, visitantes y habitantes de Jafre una experiencia agradable, una serie de intervenciones de carácter efímero y sobre todo vivencias y encuentros. Por la bienal han pasado artistas nacionales e internacionales de diferentes generaciones y trayectoria, como Muntadas, Miralda, Ignasi Aballí, Jordi Mitjà, Jordi Colomer, Francis Alÿs, Yamandú Canosa, Martin Creed, Bestué/Vives, Patricia Dauder, Dora García, Wilfredo Prieto, Oriol Vilanova o Tamara Kuselman, por mencionar solo algunos.
«Escampar els fems» ha sido el título de esta edición, que aludiendo al entorno semirural, puede ser leída como una metáfora de la situación actual, en la que la crisis ha evidenciado toda la porquería escondida. De naturaleza optimista, la premisa de los comisarios contempla la posibilidad de que la mierda y el olor insoportable puedan tener el efecto positivo de fertilizar y hacer que crezcan cosas nuevas. En cualquier caso, la presente edición de la bienal es una apelación a la capacidad crítica, de artistas y visitantes, con la complicidad y la participación de los habitantes de Jafre. Y estos han sido algunos de los momentos más destacados: Perejaume ofreció un ramo de flores cogidas del punto más elevado al más bajo del municipio; Ryan Rivadeneryra recorrió una parte del río Ter de noche en una barca hinchable que acabó pinchando; Daniel Steegmann instaló una versión del «Cirque de Relations» (con un tractor y otros elementos) en una era; Julia Mariscal realizó una intervención con pollos y esculturas en la carnicería Raliu; Ruth Proctor escribió la frase «Se’n va anar cap enllà» frente a un santuario; Bea Turner apeló al misterio y la incertidumbre en una acción que implicó una tela, una lona y bastante humo; Salma Cheddadi proyectó el film «Sweet Viking» sobre el viaje de la cantante islandesa Jara a la casa de su padre enfermo, en el transcurso del cual relata historias del país, de elfos y trolls. Hubo concierto del compositor Diego Losa en colaboración con Daniel Teruggi. Y también hubo paella y celebración.
En sus orígenes la bienal de Jafre no iba de estrategias profesionales para que artistas y comisarios hicieran curriculum ni carrera internacional, sino de trabajar desde la libertad que permite lo micro para disfrutar, mantener diálogos directos, para que el arte sea algo cercano, poco pretencioso y abierto a todo el mundo. Tras seis ediciones y un listado de artistas cada vez más ambicioso, es evidente que ya no sólo es una reunión de amigos, y su ámbito de actuación es también cada vez más amplio. El riesgo es la institucionalización, el acercamiento al marketing y a las industrias culturales. La jugada inteligente sería la de enfatizar la pequeña escala, la cercanía, el «do it yourself», la autenticidad, la experiencia y la vivencia.