“Busco relaciones íntimas con estructuras impersonales”. Con esta frase tan escueta como contundente define Jill Magid su trabajo artístico. “Los sistemas con los que escojo trabajar, como la policía, servicios secretos, la televisión de circuito cerrado y la identificación forense funcionan a distancia, con una perspectiva gran angular equiparan a todos y borran al individuo. Busco la suavidad y la intimidad potencial de sus tecnologías, la falacia de su punto de vista omnisciente, las maneras en que conservan la memoria (aunque a menudo dejan de recordar), su posición implantada en la sociedad (la causa de su invisibilidad), su autoridad, su intangibilidad aparente y, con todo eso, su potencial reversibilidad.”
Como “la protagonista de la novela de otra persona”, Jill Magid vuelve a su ciudad tras haber vivido cinco años en el extranjero. Como vive en Brooklyn coge el metro a menudo y no sale de su asombro cada vez que escucha por megafonía el anuncio de que “por razones de seguridad” cualquier pasajero puede ser objeto de un registro. Sin dudarlo, Jill se acerca a un oficial y le pide que la registre. La negativa del policía deriva en un acuerdo: la posibilidad que la artista lo acompañe durante sus rondas de vigilancia nocturna. Los mundos a los que pertenecen los protagonistas de esta historia no pueden ser más distintos: una joven artista independiente y emprendedora y un policía de Staten Island que sólo una vez en su vida salió de Nueva York y fue para visitar Disneylandia. Pero la fascinación es mutua: ella escribe un diario que recoge todas sus impresiones y pensamientos durante los turnos de vigilancia; él acompaña sus rutinas recitando los nombres de los presidentes de los Estados Unidos, “porque el mundo es como es gracias a ellos”. Ella representa la interrogación y la búsqueda constante, él representa la continuidad. Ella logra entender sus códigos (el alfabeto que utiliza la policía para deletrear las palabras); él intuye que la complejidad de ella puede ser problemática. Lincoln Ocean Victor Eddy. L.O.V.E.
Parece una carta de amor, pero es un contrato. “Haz de mí un diamante cuando muera. Córtame redondo y brillante. Pésame a un quilate. Asegúrate que sea real.”. Introduciendo minuciosamente cada una de las claúsulas que se especifican en el contrato, Jill Magid redacta una carta de amor para que cuando ella muera sea transformada en diamante. La vitrina muestra el arco del anillo y el engarce, pero falta la piedra, el diamante, para completar un autorretrato que, por el momento, está inacabado.
La muerte, el peligro, la inseguridad, el caos son valores que nuestras sociedades no aceptan. Para ello crean sistemas, aparentemente objetivos, que nos protegen, que nos ordenan, que apaciguan nuestros miedos, que evitan que nos hagamos demasiadas preguntas, que transforman lo que no nos atrevemos a mirar en algo agradable, en algo eterno, en algo material, objetivo. Jill Magid utiliza estos sistemas para evidenciar sus mecanismos, para desvelar su potencial poético y, en última instancia, para desencadenar nuevas formas de interacción humana.
Thin Blue Lines es el título de esta exposición. “Thin Blue Line” es una expresión anglosajona que define la línea que separa la protección policial de la anarquía. De color azul son también las líneas con las que Magid subraya las citas de la novela de Jerzy Kosinski. “Digamos que soy la protagonista de la novela de otra persona.”
Montse Badia