La música de nuestras vidas

Hace unas semanas se emitía en TV3 el documental de Jaume Bratolí, Les músiques d’Obama, un recorrido por la legislatura del presidente saliente de los Estados Unidos, a partir de las músicas que lo han acompañado en cada momento político y han sido conscientemente utilizadas para reforzar determinados mensajes, del hip hop del “Yes, we can” al Gospell que acompañaba el “Black lives matter” denunciando la violencia policial contra la comunidad afroamericana.

La música forma parte de nuestras vidas, es la banda sonora que, como en las películas, intensifica estados emocionales, intelectuales y vitales. Hay mil maneras de trabajar la música en las producciones culturales. Se puede utilizar a partir de una selección exquisita que refuerza y potencia determinados aspectos (Julio Manrique lo hace en cada una de las obras teatrales que dirige). Se pueden crear listas de reproducción que acompañan exposiciones o se pueden incorporar en el propio espacio expositivo contextualizando y reforzando las obras (Valentín Roma lo hizo en el MACBA en 2014, en la exposición La herencia inmaterial. Ensayando desde la colección). Se puede centrar la programación en las relaciones entre música y cultura popular (como hizo Ferran Barenblit en la etapa que dirigió el CA2M en Madrid). Y se pueden dedicar exposiciones a figuras que se mueven entre los dos ámbitos (y aquí el listado puede ser de lo más heterogéneo: John Cage, Raymond Pettibon, David Bowie, Martin Kippenberger, entre muchos otros).

Algunos artistas utilizan la música como elemento referencial: en The History of the World (1997), Jeremy Deller creó un diagrama sobre las conexiones sociales, políticas y musicales entre la música house y las bandas de música de instrumentos de metal (brass bands) que evidenciaba el paso de una sociedad industrial a una post-industrial. Y un paso posterior, y lógico, fue pedir a una brass band que interpretara piezas de música house.

En nuestro ámbito más cercano, El Viatge Frustrat de Enric Farrés Duran contó primero con la participación del grupo 13 Magic Skulls en la banda sonora y, posteriormente, surgió la producción de un vinilo en colaboración entre músicos y artista.

Otro ejemplo, en proceso de producción, 12 Canciones Concretas de Gonzalo Elvira, un proyecto multidisciplinar que busca crear una relación entre las artes visuales, la arquitectura y la música en una especie de proceso rizomático, a partir del monumento a los trabajadores caídos en Kapp durante una manifestación el 1º de mayo de 1921, que acaba convirtiéndose en 12 piezas musicales, formalizadas como dibujos.

Reciente es también The Touching Community, el proyecto de Aimar Pérez Galí en el que se aúnan la danza y la investigación sobre el impacto del SIDA en la escena de la danza desde los años 80, que no sería lo mismo sin las cartas leídas que el artista dirige a los bailarines desaparecidos, ni la música de Arthur Russell, que podría ser también la banda sonora de este artículo.