Hablar de arte a partir de sus formatos siempre provoca un cierto recelo. Sobre todo si pensamos que actualmente los artistas utilizan todos los medios que tienen a su alcance para expresar sus discursos. Sólo hay que repasar la trayectoria de uno de los artistas más significativos del siglo XX, Bruce Nauman, para encontrar dibujos, neones, esculturas, instalaciones, fotografías, vídeos e incluso ¡holografías!. Y destaco la holografía porque hay técnicas y técnicas y hay algunas que, precisamente por la manera en que se han incorporado al trabajo artístico, crean más desconfianza que otras. En otras palabras, hay técnicas o medios expresivos que irremediablemente se asocian a una especie de actitud formalista en sus seguidores.
El vídeo, Internet o la animación son algunos de los medios expresivos que se prestan a este tipo de, llamémosle, fundamentalismo. ¿Quién no ha visitado alguna vez una exposición repleta de paseos virtuales por paisajes animados cuyo único mérito es un realismo detallista, o bien de los devenires de personajes en 3D carentes de cualquier interés, a parte de los detalles ténicos de su realización?
Aunque el hilo conductor de la exposición «Historias Animadas» es el uso de la animación por parte de los artistas, esta muestra no puede estar más en las antípodas de las tendencias arriba mencionadas. «Historias Animadas tiene voluntad no tanto de desplegar una amplia gama de recursos que la tecnología digital pone al servicio de la animación, sino de explorar de qué forma estas estrategias creativas son capaces de asumir responsabilidades críticas frente a la hegemonía de la desinformación audiovisual», tal como escribe en el catálogo Marta Gili, una de las comisarias de la exposición, junto a Juan Antonio Álvarez Reyes, Laurence Hazout Dreyfus y Neus Miró.
Por eso, nada es lo que parece. El punto de conexión entre la treintena de artistas que se incluyen en «Historias Animadas» no es sólo la utilización del cine de animación sino una cierta actitud crítica que les impulsa a trazar un retrato nada alentador de nuestro presente que incluye las historias ignoradas por la Historia, las consecuencias de las guerras, los desastres medioambientales, la homogeneización de nuestro presente, las paranoias de la seguridad o el cinismo de los políticos, entre otros. Precisamente, la utilización del cine de animación, en todas sus variantes (imagen por imagen, 3D, pintura, muñecos o marionetas articuladas o dibujos hechos a mano, entre otros) les permite ir más allá de toda lógica y les otorga licencia para plantear una crítica sin concesiones. Así, el cambio de paso de un cangrejo que forma parte de un grupo supone una metáfora de la necesidad del anticonformismo («La revolution des crabes» de Arthur des Pins); la lucha entre dos manadas de lobos nos habla de una lucha carente de sentido puesto que el triunfo es el dominio de un territorio desolado («Manimal» de Carlos Amorales); el devenir vital de un personaje se convierte en un retrato agridulce de la vida social («The Man without qualities» de Lars Arrhenius); la proyección en picado de personas en el espacio público evidencia el control y vigilancia a los que estamos sometidos («Pedestrian» de Shelley Eshkar y Paul Kaiser); la dureza y la agresividad determinan las relaciones personales, sociales y laborales («Animales de compañía» de Ruth Gómez); una sesión de deliberación en torno a la guerra de Irak de George Bush, Condoleezza Rice y Colin Powell se hace a ritmo de rap («Feel it» de Susanne Jirkuff); o un niño de once años emigrado a Estados Unidos relata su vivencia de la guerra de Bosnia («A conversation with Harris», de Sheila M. Sofian).
El punto de conexión entre la treintena de artistas que se incluyen en «Historias Animadas» no es la utilización del cine de animación sino una cierta actitud crítica que les impulsa a trazar un retrato de nuestro presente nada alentador
Y podríamos extendernos mucho más en los ejemplos (incluyendo la recuperación de algunos trabajos del ámbito catalán de los años 70 y 80 que desgraciadamente no acaban de quedar integrados en la exposición y que seguramente no se unirán a la itinerancia a Le Fresnoy o la Sala Rekalde). Porque, y este es otro de los aspectos a destacar de la exposición, «Historias Animadas» reúne una treintena de artistas, con cerca de cuarenta trabajos con una duración total de visionado de alrededor de tres horas. Y este es otro de los retos a los que se enfrenta la exposición y que la convierten en un interesante caso de estudio. Cada vez más el arte contemporáneo trabaja con la imagen en movimiento. Este tipo de imagen determina un tiempo de percepción expandido que obliga a replantear el formato expositivo tradicionalmente estático y presentacional. El principal riesgo es convertir el museo en una sucesión de cajas negras entre las que el espectador va entrando y saliendo, a menudo sin conocer la duración de las películas o si estas se encuentran en el principio, el final o el punto culminante de su narración. Y este es precisamente uno de los aspectos que «Historias Animadas» resuelve de manera excelente, puesto que se articula a partir de una variedad de formas de presentación (proyecciones, monitores, instalaciones, programas de vídeos y selecciones de vídeo a la carta) que, si bien no ahorran una segunda visita al espectador a tenor de la abundancia de material, sí le permiten adaptar el recorrido a sus intereses o al tiempo disponible.
Al margen de aciertos formales, el aspecto más destacado de la exposición es de qué manera las caricaturas, sátiras, fábulas, relatos, anécdotas, chistes o parodias que se incluyen en «Historias Animadas» contribuyen a estimular el pensamiento crítico, o simplemente el pensamiento, que en nuestras sociedades mediatizadas y consumistas ya es mucho. Una empresa que aunque pueda resultar problemática o molesta no cabe duda que es una tarea que pertenece plenamente al ámbito de lo social.