Escribía Mark Twain que “»rechazar premios es otra forma de aceptarlos con más ruido del normal». Un premio siempre supone un reconocimiento a una labor o una trayectoria, pero puede haber razones para rechazarlo públicamente: entre otras, se puede ser crítico o estar en contra del organismo que lo concede (o de sus intereses); se puede utilizar el momento de la entrega como plataforma desde la que reivindicar alguna cosa; se puede rechazar para garantizar la independencia; se puede estar al margen de premios y, en cierto modo, de la sociedad; se puede decir “no” en coherencia a una manera de pensar y también para ser consecuente con el personaje que nos hemos construido y, finalmente, se puede aceptar un premio y al mismo tiempo especificar en el discurso todo aquello que se rechaza.
En 1972, Marlon Brando fue galardonado con el Oscar al mejor actor por su interpretación en El Padrino. En lugar de recoger el premio, Brando envió a una joven actriz de origen indio que leyó en nombre del actor su renuncia a aceptar el premio como manifestación en contra del tratamiento que recibía el pueblo indio en las películas de Hollywood.
En 1964, Jean-Paul Sartre rechazó el Premio Nobel de Literatura y explicó que si lo aceptaba comprometía su integridad como escritor.
Otro caso es el del matemático ruso Grigori Perelman que, después de resolver un enigma matemático pendiente desde los años 90, mostró su desinterés por el reconocimiento público al considerar injusto el galardón (declaró que su colega norteamericano Richard Hamilton fue el primero en sugerir la solución) y dijo no a un premio valorado en un millón de dólares.
Juan Goytisolo fue tan cuidadoso como explícito a la hora de explicar su renuncia. En un artículo publicado en El País, explicó primero la alegría al conocer el nombre de los miembros del jurado que le habían otorgado el Premio Internacional de Literatura (todos ellos escritores que Goytisolo admiraba) para después manifestar un “pero”: el origen de los fondos procedentes de la Yamahiriya Libia Popular Democrática, creada en 1969 por el golpe militar de Gaddafi.
En 1964, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz, Martin Luther King enumeraba todo aquello que rechazaba: «Acepto hoy este galardón con una profunda y sólida fe en Norteamérica y una fe cargada de osadía en el futuro de la humanidad. Me niego a aceptar la desesperación como respuesta definitiva a las ambigüedades de la historia. Me niego a aceptar la idea de que la tendencia a conformarse con la simplicidad de lo que “es”, propia de la naturaleza humana de nuestros días, haga a los hombres de hoy moralmente incapaces de alcanzar el eterno “lo que debería ser” que siempre se ha planteado.”
Hace unos días, Santiago Sierra renunciaba al Premio Nacional de Artes Plásticas de España aludiendo al sentido común y considerando que el premio “instrumentaliza en beneficio del estado el prestigio del premiado”. En el fondo, rechazar un premio es una cuestión de actitud y responde también al personaje que Sierra se ha ido creando: duro, directo y sin concesiones.