El trabajo y cómo se está transformando en su propia naturaleza, lo que se considera trabajo, cómo, cuándo y dónde se realiza, las relaciones laborales y las implicaciones de todo esto es un tema que nos preocupa y que da mucho juego de reflexión para economistas, sociólogos y, naturalmente, artistas.
Harun Farocki, por ejemplo, ha explorado los cambios en los procesos de trabajo en las sociedades contemporáneas y la manera en que se representan de acuerdo a los parámetros de la cultura visual dominante. Así lo refleja su último proyecto en colaboración con Antje Ehmann, Labour in a single shot, que ahora mismo se exhibe en la Fundación Tàpies, fruto de un taller realizado en 15 ciudades del mundo, en el que a partir de la investigación alrededor del tema del “trabajo”, reunió una serie de vídeos de 1 ó 2 minutos de duración, en un sólo plano, que reflejaban distintas formas de trabajo en el mundo, remunerado o no, material o inmaterial.
Un tema que da para mucho, precisamente ahora que somos testigos de cómo por la presión post-capitalista de los “mercados”, los derechos laborales están bajo mínimos y, si no le ponemos remedio, también los derechos humanos empezarán a ponerse en entredicho, bajo una mezcla de argumentos en torno a la seguridad y la sostenibilidad. Por eso fue un tanto decepcionante constatar que la actual edición de Manifesta que estos días tiene lugar en Zurich y que proponía el sugerente título “What people do for money?” se quedaba en una propuesta poco incisiva en la que, sí, había trabajo con el contexto, los treinta artistas invitados a desarrollar nuevos proyectos colaboraban con profesionales específicos residentes en la ciudad de Zurich y también con diferentes escuelas de arquitectura y cine, pero no, no acababan de aflorar las ambigüedades y el conflicto que un tema como este (trabajo-dinero-venderse-poder) podía desplegar ya fuera desde un posicionamiento crítico o prospectivo.
Más profundo era el análisis que plantearon la VI Jornadas Filosóficas de Barcelona, coordinadas por Xavier Bassa y Felip Martí-Jufresa, en las que se exploró la historia del trabajo, de la explotación y de la dominación disciplinaria del capitalismo o, en otras palabras, del “esclavismo asalariado” que tan bien ha explicado Noam Chomsky.
Pero ¿dónde estamos? La arquitecta y profesora de Princeton, Beatriz Colomina habla de cómo estar permanentemente conectados y disponibles, en modo sleep pero siempre en alerta y preparados para pasar al modo on, nos convierte en “presos voluntarios”, en profesionales cuya oficina acaba solapándose al lugar de descanso, esto es, la cama, en la que nos mantenemos hiperconectados y dispuestos a interrumpir el sueño a las 3 de la mañana si hace falta para mantener una videoconferencia con Brasil o China para luego seguir durmiendo. Colomina, centrada en el estudio de la arquitectura en relación a los medios, ve en esta forma de vida un antecedente bien peculiar: Hugh Hefner, el creador de Playboy, cuya cama rotatoria se convirtió en el lugar desde el cual construyó su imperio económico y también en el centro de su mansión y no precisamente para practicar sexo con las playmate sino como lugar de control, equipado con nevera, equipo de alta fidelidad, teléfono, archivadores, bar, micrófono, dictáfono, auriculares, televisión, mesa de desayuno, mesa de trabajo y mando para controlar las luces. Según Colomina: “El Estados Unidos de posguerra introdujo la cama de alto rendimiento como motor de productividad: una nueva forma de industrialización que hoy está al alcance de un ejército internacional de trabajadores dispersos, pero interconectados. Es una nueva clase de fábrica, formada por dispositivos electrónicos compactos y almohadas de sobra para la generación sin descanso”.
En su libro 24/7. Capitalismo tardío y el fin del sueño, Jonathan Crary va más lejos y observa cómo, a los supermercados abiertos 24 horas los siete días de la semana y a la estructura global que lo sustenta y que ejemplifica la producción y el consumo non-stop, está a punto de unírsele el sujeto humano. “La temporalidad 24/7 es un tiempo de indiferencia, en el cual la fragilidad de la vida humana es cada vez más inadecuada y el sueño no es necesario ni inevitable. En relación con el trabajo, propone como posible e, incluso, normal, la idea de trabajar sin pausa, sin límites. Esta en línea con lo que es inanimado, inerte o lo que no envejece. Como una exhortación publicitaria, decreta la absoluta disponibilidad y, por tanto, el carácter ininterrumpido de las necesidades y de su incitación, como también su insatisfacción perpetua”. El futuro que vislumbra Crary es aterrador, a partir de estudios científicos (basados en la observación del gorrión de corona blanca que pasa días sin dormir para dejar listo su nido) destinados a ser aplicados en un entorno militar (apremia la necesidad de un soldado insomne): “como ha demostrado la historia, las innovaciones relacionadas con la guerra acaban introduciéndose de un modo inevitable en una esfera social más amplia y el soldado insomne resultará el precursor del trabajador o el consumidor insomne. Tras una agresiva campaña publicitaria, los productos para evitar el sueño se convertirán primero en un estilo de vida y, por último en una necesidad para muchos”.
Y si volvemos a plantear la pregunta “¿qué hace la gente por dinero?”, seguramente la respuesta sería “Cualquier cosa y por muy poco dinero”. Esclavos y precarios. ¿Cómo pueden los artistas señalar, reflejar, responder a esta situación? ¿Cómo se enfrentan los artistas hoy en día a las imposiciones de los poderes políticos y financieros? ¿Cuáles son las ambigüedades? Estas son las preguntas que se planteaba la exposición Yes, I Can! Un portrait du pouvoir, comisariada por Sébastien Planas en el Centre d’Art Contemporain Walter Benjamin de Perpignan y estas son las respuestas o comentarios que los artistas ofrecen: Franco dentro de una urna, camuflado entre papeletas de voto (Eugenio Merino), dos policías antidisturbios ejecutando una cuidada coreografía (Carlos Aires), un arma, un pene y una cruz como las “pasiones” que motivan todas las acciones (Taroop & Glabel), la combinación de imágenes icónicas y textos populares sobre el valor del dinero (Claire Fontaine) o las frases reivindicativas escritas sobre muros y más tarde borradas como por ejemplo, “Un pueblo ignorante suele elegir un gobierno ignorante” (Adrian Melis). ¿Cómo se establece la crítica? ¿Cómo se puede formar parte del sistema político, financiero, militar, religioso y al mismo tiempo mantener la libertad? ¿Cómo es posible mantenerse entre la resistencia y la sumisión?
Andrea Fraser es otra de las artistas que sabe jugar muy bien con las ambigüedades y con las contradicciones. Ella misma ha encarnado e interpretado los diferentes papeles, voces y jerarquías de los agentes del sistema del arte. Su conclusión es clara: «No es cuestión de estar en contra de la institución. Nosotros somos la institución. La cuestión es qué clase de institución somos, qué clase de valores institucionalizamos, qué formas de práctica premiamos y a qué clase de premios aspiramos.»
En la exposición que en el Arts Santa Mònica celebra los diez años de la Sala d’Art Jove y que, de alguna manera, intenta identificar ciertos discursos e hilos conductores, para elaborar una especie de retrato robot y sumario de la escena emergente en Barcelona durante estos últimos diez años, identifica como uno de los temas más significativos, el de la profesionalización y la reflexión sobre el trabajo, el trabajo del artista y el trabajo en las sociedades contemporáneas. Un buen ejemplo es la instalación Quiero trabajar de Ciprian Homorodean que reúne cientos de anuncios de ofrecimientos para trabajar, en los que el propio artista, de origen rumano, se ofrece para hacer las tareas más diversas. Y así van desfilando temas como las leyes europeas de inmigración, la auto-explotación y la precariedad que no establece diferenciaciones entre trabajos cualificados y no cualificados.
Y conceptos opuestos que van de la mano de la precariedad son emprendeduría y creatividad, las recetas mágicas, las grandes trampas que se presentan para justificar ese proceso de auto-explotación y culpabilización de todo aquel que no encaja en el sistema. En el libro Paradojas de lo cool, Alberto Santamaría explica como creatividad y cultura son utilizados para recubrir la lógica del capitalismo de una capa de azúcar que lo haga más apetecible y adictivo.
Identificar estos procesos es el primer paso para poder cambiarlos. Así lo hizo en el año 1978 (y más tarde en 2011), Mladen Stilinovic, el artista de Belgrado recientemente fallecido, en su performance Artist at work, en la que envuelto en una sábana blanca y con la cabeza descansando sobre una almohada, duerme en una galería. La idea es clara: el artista es un ser improductivo en la dinámica de la sociedad capitalista. Un acto de resistencia avant-la-lettre al futuro desolador planteado por Jonathan Crary en 24/7.