Sexo, deseos, utopías, arquitectura y control

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Tenemos un problema con el sexo. En lugar de considerarlo un aspecto más de la vida, algo natural y objeto de disfrute, comunicación e intimidad, para la sociedad actual el sexo es un tabú o bien un elemento susceptible de ser explotado comercialmente. Represión y/o explotación. Por eso es tan importante y necesario reivindicarlo, ya sea desde posicionamientos LGBT como desde una heterosexualidad crítica con el presente neoliberal.

1000 m2 de deseo. Arquitectura y sexualidad es una exposición comisariada por Rosa Ferré y Adélaide de Caters para el CCCB, que se propone un recorrido por distintos momentos de la historia en los que la arquitectura ha tenido en cuenta espacios específicos para el deseo. Y en esta búsqueda son tan importantes las presencias como las ausencias. La fuerte presencia del siglo XVIII y la ausencia del XIX dejan bien retratados el espíritu del momento. También destaca la precisión de las comisarias a la hora de acotar muy bien su objeto de estudio, por ejemplo, dejando de lado el tema de la prostitución, que hubiera abierto múltiples vías paralelas de investigación.

Uno de los grandes logros de la exposición es el de los destacados, el subrayar determinados momentos que es muy pertinente releer desde nuestra contemporaneidad. Ahora que desde la teoría crítica, los activismos políticos y la arquitectura se habla de espacios urbanos inacabados y reapropiados, es fundamental revisar (o descubrir por primera vez) a Fourier y a los situacionistas. Por tanto, el valor de este trabajo curatorial no radica sólo en la mirada histórica o el establecimiento de genealogías, sino, sobretodo en su relevancia actual, en la posibilidad de considerar propuestas del pasado para poder repensar qué tipo de espacio y de sociedad queremos construir.

En una exposición que tiene la arquitectura como eje principal, la arquitectura de la propia exposición, diseñada por Sabine Theunissen (habitual colaboradora de William Kentridge en sus proyectos operísticos) es uno de sus atractivos, creando secciones y espacios que generan un recorrido lleno de sorpresas y deleites, tanto por su diseño espacial como por los documentos, imágenes y referencias que van apareciendo.

“Pensar sobre el sexo es el mayor y quizás el único y auténtico placer para todos los mortales”, escribía en 1785, Jeremy Bentham, el mismo que defendió la teoría del utilitarismo, pero también el que no publicó en vida la mayoría de sus textos en los que defendía la libertad sexual, la emancipación de la mujer y la despenalización de la homosexualidad. Bentham, el creador del panóptico, el espacio de control por excelencia que en pleno siglo XXI es una buena imagen de la sociedad tecnológica y del big data. Pero antes de llegar a Matrix, el panóptico fue también recogido en las arquitecturas imaginadas de Claude-Nicolas Ledoux o en el salón de reuniones del castillo de Silling protagonista de Las 120 Jornadas de Sodoma del Marqués de Sade. Porque los espacios tipifican prácticas y definen roles. En el siglo XIX, en que la dimensión social de la sexualidad está regulada por la iglesia o la ciencia médica, Charles Fourier inventa arquitecturas que tengan en cuenta las pasiones y contribuyan a la emancipación colectiva. Son los falansterios, en los que la sexualidad se integra en la vida de la colectividad de una manera armónica y regulada, no hay represión porque no hay culpa, no hay monogamia ni adulterio y hay voluntarios eróticos practicantes del amor caritativo. Sus propuestas se implementaron en el París de las galerías cubiertas del Louvre y el Palais-Royal, más tarde eliminadas con la reforma urbanística de Haussmann.

Las utopías y la democratización sexual de Fourier fueron recuperadas por los movimientos contraculturales de los 60 y 70, por comunidades como Drop City en Colorado, la primera comuna hippy rural, una propuesta DIY que incluía las cúpulas geodésicas de Buckminster Fuller y que se vincula a toda una genealogía de proyectos arquitectónicos y de diseño de esos mismos años de Archigram, Ettore Sottsass o Nicolas Schöffer, un artista cuya recuperación crítica e historiográfica la exposición reivindica. Utopía, contracultura, necesidad de repensarse, ir contra el establishment… ¡Qué importante es revisar la historia más reciente para verse reflejado en ella y poder replantear el presente de una manera crítica!

1000 m2 de deseo tiene momentos brillantes, como la incorporación de la investigación de la historiadora de la arquitectura y profesora en la Universidad de Princeton, Beatriz Colomina acerca del papel de la arquitectura moderna en la revista Playboy. Ya nos hicimos eco de ello en el artículo que dedicamos al trabajo pero ahora en el CCCB no sólo se trata de mencionar la cama-despacho de Heffner, sino de verla, de poder tocarla. Y en relación al sexo, la arquitectura en Playboy se introduce como un elemento de seducción, como es el apartamento de soltero del Playboy, para pasar a una verdadera sexualización de la arquitectura, que va más allá de los interiores para actuar como preceptores, señalando ejemplos de arquitectura moderna que encajarían en ese estilo de vida. Y claro, no es casualidad que de repente aparezca Sean Connery como James Bond y un par de chicas con las que lleva a cabo un juego de seducción y lucha coreografiada en la casa Elrod. Y esto nos lleva a pensar cómo en el James Bond más contemporáneo (el de Daniel Craig), la arquitectura es un lugar escondido, aislado y totalmente tecnologizado (sótanos abandonados e inaccesibles que albergan las oficinas de los servicios secretos o grandes complejos en medio de desiertos lejanos). Pero este es objeto de otro estudio…

Y llegamos al presente. ¿Qué lugar ocupa el sexo en la arquitectura, a parte de las formas fálicas que han dominado el imaginario colectivo desde el principio de los tiempos? Las fantasías contemporáneas son fragmentarias como nuestro presente (y es quizá en esa parte en la que la exposición pierde precisión). Hay espacios ocupados, parques temáticos para el amor en los que está todo pautado, hay espacios lúdicos, cuartos oscuros que desaparecen al ritmo que crece el mundo de las aplicaciones de contactos y hay clubs en los que la combinación de espacio-luz-sonido genera un desplazamiento del sexo a una experiencia colectiva equivalente. Magnífico, por cierto, el texto del catálogo en el que Pol Esteve estudia este fenómeno que nace en el Paradise Garage de Nueva York y continúa en nuestros días. Y hay sobretodo mucho sexo virtual, relaciones asépticas y distantes, seguras. Hay también mentiras, la posibilidad de inventarse nuevas identidades y los riesgos y nuevos dilemas morales que ello conlleva. ¿Somos responsables de nuestros actos en el mundo virtual? Recientemente, en el Teatre Lliure, la excelente obra El Inframundo abordaba estos aspectos y, por cierto, contaba con una maravillosa escenografía de Alejandro Andújar a partir de espacios transparentes que representaban el mundo real y el virtual.

La cuestión que subyace en todos estos ejemplos son los interrogantes que se plantean sobre el papel que en cada momento ha jugado el sexo, la importancia que se le ha dado y el lugar que ha ocupado en la esfera pública, a partir de los pensadores, arquitectos y gobiernos que lo han tenido en cuenta. Y también el papel que, desde los poderes establecidos consideran que debe jugar ahora mismo, como elemento que hay que controlar para que no se escape de los esquemas de producción y consumo que rigen nuestro presente.

Sexo, deseos, utopías, arquitecturas y control

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