En 1970 el escritor austríaco Peter Handke publicaba el libro El miedo del portero al penalty. Explícitamente en el título y en la trama de la novela, Handke utiliza una situación y una imagen omnipresente en la cultura de masas. El autor utiliza el momento concreto en un partido de fútbol como metáfora de la angustia vital que suponen aquellos momentos cruciales en la vida en los que se deben tomar decisiones, del remordimiento de no haber sido capaces de reaccionar a tiempo ante una determinada situación o del lamento de haber dejado pasar una oportunidad. Martí Anson se inspira directa y explícitamente en este libro de Handke para presentar en forma de gran proyección una imagen en bucle que corresponde, precisamente, a ese momento en el que en un partido de fútbol, un jugador se dispone a chutar un penalti. En lugar de congelar o ralentizar la imagen para intensificar la tensión dramática, Anson opta por dilatar ese momento eternamente, de manera que una y otra vez se repite la breve acción del jugador a punto de golpear la pelota, mientras el portero realiza las tentativas de movimientos que le permitirán reaccionar a tiempo para detener el balón, una vez éste inicia la trayectoria hacia la portería.
Esta dilatación temporal del momento de máxima tensión, cuya duración real es de unos pocos segundos, pero que en la proyección de Anson se convierte en eternos, nos acerca a una forma de temporalidad particular que podría relacionarse con la dureé de Herni Bergson, por otra parte también perfectamente aplicable a Peter Handke. La concentración en el momento inmediatamente anterior al acontecer de la acción crea en el espectador una serie de expectativas que, irremediablemente, se ven frustradas, puesto que al negar la progresión y el desenlace de la acción, subvierte los códigos de narratividad de la cultura occidental a los que estamos acostumbrados. Asimismo, el artista utiliza otros referentes que nos resultan bien familiares, como son los movimientos corporales de los jugadores, extraídos directamente de las escenas de lanzamiento de penaltys de la play-station. esta alusión se convierte aquí en una forma de subversión de las convenciones asumidas sobre un mundo dominado por el espectáculo de los media y otras formas populares de entretenimiento.
Al convertir a los jugadores no en protagonistas de una acción y, por tanto, dotarlos de un cierto comportamiento autónomo, sino transformarlos en simples jugadores de una play-station, la previsibilidad se hace todavía mayor, de manera que las expectativas del espectador se ven todavía más determinadas y, en consecuencia, frustradas. Es precisamente, al asumir al espectador en esa negación, cuando las convenciones y los sobreentendidos se desvelan y cuando, finalmente, aparece la perplejidad y surgen los interrogantes. El cuestionamiento nos conduce al autoexamen y a la confrontación con nuestros propios medios, dudas y remordimientos. La sonrisa relajada con la que nos acercábamos a la observación de una escena tantas veces vista, se congela cuando nos damos cuenta de que, sin saberlo, hemos sido llevados al peligroso terreno de la autointerrogación sin coartadas.