Recuerdo que en la década de los 90 había trabajos que exploraban el cuerpo y lo exponían en toda su vulnerabilidad. Recuerdo esculturas e instalaciones que se exponían en toda su fragilidad, como las bombillas o las pilas de caramelos de Félix González-Torres, que compartía con los espectadores la empatía y la pérdida. Acababa un siglo y empezaba otro con todas las incertidumbres y transformaciones que entonces no podíamos ni imaginar. Seguramente en los últimos veinte años se han producido más cambios en la manera en que trabajamos, nos movemos y nos relacionamos que en todo el siglo anterior.
Estamos en 2018 y algunos de los artistas de la década de los 90 siguen siendo referentes para otros artistas que entonces acababan de nacer. Artistas de las primeras décadas del siglo XXI que comparten con sus antecesores una sensación de que el mundo está cambiando en una dirección contraria a cualquier lógica constructiva. Esta incertidumbre, impotencia, pero también resistencia y sentido común, autenticidad y vuelta a lo esencial está bien presente en una manera de trabajar que genera propuestas basadas en la oralidad, en la transmisión de relatos y la utilización de la voz como objeto artístico, en las experiencias compartidas de proyectos que perduran como memoria o como registro, en exposiciones que exploran aquello que nos hace vulnerables, la fragilidad de las estructuras y, al mismo tiempo, su potencialidad.
Seis ejemplos son mejor que mil teorías: Lúa Coderch trabaja con la voz, “el primer material, el más disponible”, con narraciones hipnóticas y precisas que se centran en lo mínimo, en lo infra-mince. Anna Dot explora la limitación del lenguaje y la comunicación, la noción de traducción, centrándose en los mínimos matices, giros y repeticiones que terminan tergiversando el sentido. Enric Farrés-Duran narra historias en las que lo real y lo ficticio se acaban encontrando y modificando. Investigaciones, coincidencias y encuentros fortuitos le permiten establecer relatos a partir de conexiones inesperadas. Irina Mutt comisaría exposiciones en las que se habla de dureza y resistencia, de fragilidad y vulnerabilidad como nociones no antagónicas, se habla de afectos y sentimientos, de protegerse y proteger a los demás. En la exposición A break can be what we are aiming for incluye una instalación inflable hecha con materiales de plástico diverso (Dream Castles de Mycket) y obras que ponen en conflicto el cuerpo y las estructuras (Moat de Laia Estruch).
Si los artistas que trabajaban en los 90 subrayaban la fragilidad y la imposibilidad, los artistas nacidos en los 80 y 90 son bien conscientes de desde donde hablan y qué herramientas tienen a su alcance, de lo que pueden esperar (o no) de las instituciones, de la globalidad e inestabilidad del mundo en el que viven y también del inmenso potencial de los individuos.
Imágenes de la exposición “A break can be what we are aiming for”, comisariada por Irina Mutt en La Capella de Barcelona. Vistas de las instalaciones Dream Castles de Mycket y Moat de Laia Estruch.
Fotografías: Pep Herrero