La reciente exposición de Tim Burton en el MOMA de Nueva York, la constante aparición de artículos sobre algunas películas y cineastas (Haneke, Tarkovski, Kiarostami…) en revistas de arte especializadas y, sobre todo, la manera en que algunos artistas insisten en ofrecer una experiencia cinematográfica en sus instalaciones en museos y centros de arte evidencian la permeabilidad absoluta de las fronteras entre arte y cine. Nada nuevo, por supuesto, pero cada vez más patente.
No cabe duda que la forma más generalizada de experiencia de la imagen en las sociedades actuales es la imagen en movimiento. Si a ello añadimos que los artistas gozan de flexibilidad para utilizar todos aquellos medios a su alcance para desarrollar sus discursos, no es extraño que para numerosos artistas el cine sea el gran referente, que cada vez sea más frecuente que cineastas expongan en instituciones artísticas o que artistas se conviertan en cineastas y presenten sus largometrajes en festivales y salas de cine.
Recordemos algunos casos: Andy Warhol filmó el Empire State Building durante ocho horas y Douglas Gordon lo «refilmó». El mismo artista, en 1993, en 24 Hour Psicho toma Psicosis de Alfred Hitchcock y la ralentiza hasta darle una duración de 24 horas, la misma que la que narra la acción. En Remake, Pierre Huyghe hace una versión casera pero absolutamente fiel de La ventana indiscreta (Rear Window) de Hitchcock. En Walt & Travis, Martí Anson filma una road movie llena de alusiones a París, Texas de Wim Wenders y Two-Lance Blacktop de Monte Hellman, pero incluyendo todas aquellas escenas o tiempos muertos que nunca aparecerían en una road movie al uso. En La distancia correcta, Mabel Palacín analiza nuestra relación con las imágenes, a partir de un protagonista que vive rodeado de escenas de películas con cuyos personajes se vincula e identifica.
Otra variante es la de museos que exponen los universos creativos de cineastas, como Stanley Kubrick o Federico Fellini o casos como los de algunos autores del cine experimental de los 60, como Kenneth Anger, Michael Snow o Harun Farocki que exponen en museos unos trabajos que difícilmente podrían tener una trayectoria en los cines comerciales. Y finalmente, el caso más llamativo es el de artistas que realizan el camino inverso, dando el salto a la producción cinematográfica. Así, Julien Schnabel es ahora un consolidado director; Steve McQueen es autor del largometraje Hunger (2008), que aborda el tema de los presos políticos del IRA y se dispone a rodar una película sobre Fela Kuti, Shirin Neshat, en Women without Men (2009) cuenta la historia de cuatro mujeres durante los días del golpe de estado en Irán en 1953. Los tres han sido reconocidos con premios en prestigiosos festivales como Venecia o Cannes.
Esto nos hace pensar en el carácter de laboratorio de ensayo del ámbito arte. El museo puede ser el refugio de cineastas y también el banco de pruebas para artistas cuya ambición es convertirse en cineastas, hacer películas y mostrarlas en cines.