La cultura digital ha cambiado nuestra manera de leer textos. Leemos en diagonal, en forma de hipertexto o a partir de palabras claves. Las redes sociales han tenido un papel destacado en este proceso. Aunque nos cueste reconocerlo, el botón «me gusta» está teniendo un gran impacto en la manera en que nos relacionamos y accedemos a las manifestaciones culturales. El mundo facebook está determinando y homogeneizando los comportamientos. Alguno de nuestros 2000 amigos (de los cuales personalmente quizá conozcamos a 350) cuelga una foto de un viaje y clickamos «me gusta», un artista que conocemos hace públicas imágenes de su última exposición y escribimos un rápido y entusiasta comentario, alguien más pone en su muro una foto de un plato exquisito que acaba de preparar y le damos al «me gusta», se muere un actor que apreciamos y decimos «me gusta» con el icono del pulgar hacia arriba, aunque en realidad lo que queremos decir es que nos afecta, que lo lamentamos y que nos gusta recordarlo por sus memorables actuaciones. Alguien más cuelga un link sobre una situación denunciable (el maltrato a un animal, un artista víctima de un caso de censura o la introducción de una nueva ley que nos retrotae a los años 50) y tenemos que decir «me gusta», aunque sobreentendemos que lo que aplaudimos es la denuncia de los hechos.
Igual de limitados nos encontramos cuando queremos reaccionar ante noticias relacionadas con la cultura, por ejemplo, con la publicación de un artículo sobre un tema artístico. Decimos «me gusta» incluso antes de leerlo. Lo que en realidad queremos decir es «me gusta que alguien lo haya escrito», «me gusta que alguien comparta la referencia en las redes sociales», «me gusta el título…. aunque ya lo leeré en otro momento con más calma». Un momento que sólo llega para un porcentaje muy pequeño de casos, porque de nuevo estamos ocupados señalando otras muchas cosas que apreciamos que estén allí.
La cultura del «me gusta» es el triunfo de unas formas de evaluación cuantitativas más que cualitativas, de la absoluta falta de matices. De la misma manera que a las instituciones artísticas se les pide siempre que justifiquen sus programaciones ante los políticos a partir de cifras de público. La cultura del «me gusta» tiene como objetivo tener muchos «likes», masas seguidores o de amigos. Es una cultura de cifras, en la que todo es cuantificable y siempre se puede acceder a un nivel superior si se contratan servicios adicionales.
Pero ¿dónde queda el lugar para la discusión y el intercambio de opinión? En relación al arte, en las redes sociales sucede en muy contadas ocasiones y siempre teñidas de polémica (con temas tan diversos como el Canódromo o Bibiana Ballvé). En los foros online de los artículos sobre cultura de los periódicos después la quinta intervención empiezan los insultos. En las revistas especializadas en arte raramente se producen comentarios. Seguramente el lugar de debate vuelve a ser el presencial, los bares, las tertulias o los encuentros cara a cara.