Decía Joseph Beuys que “cada ser humano es un artista. En cada ser humano existe una facultad creadora virtual. Esto no quiere decir que cada persona sea un pintor o un escultor, sino que existe una creatividad latente en todas las esferas del trabajo humano”.
En una conferencia sobre educación y creatividad, el escritor y educador Sir Ken Robinson explicaba que su interés en la educación radicaba en el hecho de que nos lleva a un futuro que no podemos entender. Sir Ken Robinson, un referente en la materia y asesor también de diferentes gobiernos en temas educativos, argumentaba que todos los niños tienen un talento tremendo y nosotros lo derrochamos despiadadamente. Razonaba su juicio señalando que todo el sistema educativo se basa en la idea de capacidad académica y reivindicaba la necesidad de repensar el concepto de inteligencia. Para él, la creatividad debería ser tan importante en la educación como la alfabetización y, por tanto, se le debería dar la misma importancia.
No sé si los creadores de la Factoría de Sant Andreu, el programa educativo de Sant Andreu Contemporani en Barcelona, conocen estas teorías, pero sin duda las comparten. Dirigida por el artista Jordi Ferreiro, la Factoría de Sant Andreu consiste en un programa mensual de talleres dirigidos a escuelas y también a un público familiar. El formato es bien sencillo: cada mes se invita a un artista (participante en el Concurso de Artes Visuales Premio Miquel Casablancas) a presentar su trabajo para realizar después un taller práctico en el que los niños se acercan al arte contemporáneo a partir de la experiencia directa.
En la Factoría de Sant Andreu y contando con Jordi Ferreiro como maestro de ceremonias, los niños atienden a las presentaciones de los artistas emergentes para acercarse a las maneras poco convencionales del trabajo y el pensamiento del arte contemporáneo. A continuación desarrollan diversas actividades de manera lúdica y distendida con materiales muy básicos y cotidianos, que pueden ir desde realizar esculturas con pajitas (taller de Fermín Jiménez Landa), hasta rodar una secuencia de una película (weareqq), pasando por reconstruir un poblado destruido por un monstruo (Quim Packard), dibujar y expresar deseos y reivindicaciones (Ana García Pineda), convertir el espacio en una recreación física del funcionamiento de Internet (Georgina Malagarriga) o diseñar una portada de CD y grabar un disco como si los niños fueran el propio vinilo (Ainara Elgoibar).
En la Factoría de Sant Andreu no se habla de formas y colores, de técnicas o de volúmenes. Cuando los artistas hablan de sus trabajos lo hacen a partir de sus propias experiencias, de sus inquietudes, preocupaciones y de lo que les motiva y mediante las actividades que proponen invitan a los niños a explorar temas como las relaciones entre las personas, la representación de la realidad a través de diversos medios, la manera en que Internet nos conecta o como nos vemos y como nos ven los demás, por citar sólo algunos. Y así, como quien no quiere la cosa contribuyen, con su granito de arena, a acercar el arte contemporáneo, a estimular la creatividad, las ideas propias y, en definitiva, el pensamiento libre. Casi nada.