Si algo nos está enseñando este 2020 es que urge revisar el contrato social-natural y no sólo eso, también deberíamos aprender de la capacidad de adaptación y evolución de algunos animales y asimilar unos modelos de inteligencia más complejos. Lo hemos visto en la naturaleza y lo vemos en la sociedad. Los dinosaurios, que dominaron la tierra durante millones de años, se extinguieron, pero de su evolución llegaron hasta nuestros días las aves, más pequeñas, con menos necesidad de alimento y más capacidad para adaptarse al entorno.
Otro ejemplo fascinante es el pulpo, un animal que realiza una autoedición genética que le permite adaptarse a los cambios. Sus neuronas están repartidas por todo el cuerpo, de manera que podríamos hablar de nueve cerebros, uno central en la cabeza y ocho periféricos, repartidos entre los distintos tentáculos.
Las grandes estructuras monotemáticas tienen los días contados. En una entrevista reciente en A*DESK, Frédéric Migayrou, conservador jefe de arquitectura y diseño del Mnam-CCI Centre Pompidou de París, reflexionaba sobre la evolución del sector de los museos tras la pandemia y proponía hacer el museo más permeable a la participación y a la circulación de la información, utilizar la tecnología para que el museo se convierta en un medio de comunicación.
No sé si las grandes instituciones son conscientes de este grado cero en el que estamos ahora mismo. Lo acaba de decir Judith Butler en una charla virtual organizada por Whitechapel: «La pandemia es una crisis en ella misma pero también exacerba las crisis pre-existentes de capital, cuidados, racial y climática». No sé si la sociedad ni las instituciones tienen la capacidad de repensarse a este nivel. Pero quizás la única posibilidad de supervivencia es la de redimensionarse para poder evolucionar, la de perder centralidad para poder adaptarse al nuevo medio. La de compartir, estructuras y metros cuadrados, dejar de pensar en rentabilidad económica y más en rentabilidad cultural. Es hora de que los museos dejen de pensarse como lujosísimas tiendas Prada para convertirse en espacios (físicos y virtuales) accesibles y utilizables, lugares de encuentro y de uso. Si ahora mismo las escuelas carecen de espacio suficiente para poder funcionar con seguridad, ¿por qué no aprovechar la generosidad de los espacios museísticos? Es el momento en que cultura y educación deben ser vasos comunicantes. Es el momento de las pequeñas estructuras, de la autogestión, de los gestos mínimos de incidencia máxima, de las redes de neuronas, de los rizomas. Volvemos a Deleuze y Guattari: «En el rizoma está en juego una relación con la sexualidad, con el animal, con el vegetal, con el mundo, con el libro, con todo lo natural y lo artificial, frente a la relación arborescente».
Joan Jonas. Moving Off the Land II, 2019. Ocean Space, Iglesia de San Lorenzo, Venecia. Performance con Ikue Mori y Francesco Migliaccio. Encargo de TBA21-Academy Foto: Moira Ricci. © Joan Jonas
[Artículo publicado en Bonart, 2020]