Desaparecer, dejar rastro, rastrear y concatenar historias para construir un relato, a veces vital… Todos estos conceptos no son ajenos a la práctica de Lúa Coderch, un trabajo que se ancla en la realidad y en la memoria y que destaca por su rigurosidad, precisión, profundidad y por ser sutilmente juguetón y subversivo.
Las derivas y el relato son una parte esencial de su trabajo. La concatenación de ideas, hechos, anécdotas y situaciones configuran hipertextos y recorridos no jerarquizados, a la manera de derivas, en el transcurso de las cuales se construye el relato. Es el caso del vídeo Oro (2014), una narración a partir de referencias y material visual muy diversos, sobre cómo se generan el valor y el carisma y su relación con la distancia, la opacidad y la apariencia.
El relato en primera persona también es habitual en su práctica, como es el caso de Night in a Remote Cabin Lit by a Kerosene Lamp (2015), una breve correspondencia videográfica entre dos personas, cuyo leitmotiv es la construcción de refugios en la naturaleza, aunque la precariedad de las estructuras las convierte en el punto de partida para pensar en nuestras formas de habitar y de relacionarnos con el mundo.
La naturaleza, su exploración y, digamos, deconstrucción / reconstrucción, vuelve a aparecer en Or, Life in the Woods (2012-2014) primero y, más recientemente, en Treball de Camp (2015), una pieza sonora producida por Cal Cego en la que la artista ha recorrido los campos de olivares y el humilde bosque que lo circunda de la zona del Penedés, registrando los sonidos que van construyendo la idea de paisaje. Así, selecciona sonidos que la artista considera susceptibles de ser cantables a posteriori, como pájaros, abejas o el viento, mientras discrimina otros como coches o aviones. Esta aproximación convierte la pieza en un ejercicio de paisajismo sonoro, no muy diferente del que podría hacer un paisajista que utilizara el dibujo. Llegados a este punto se podrían empezar a disparar las conexiones con aquel dibujante del film “El contrato del dibujante” de Peter Greenaway que también recibía el encargo de dibujar un paisaje cotidiano y domesticado, punto en el que finalizarían las similitudes con Lúa Coderch, puesto que, a diferencia de Mr. Neville, Coderch no se encuentra confrontada a intrigas ni complots. Al contrario, una vez finalizado el registro sonoro, la artista se somete a un proceso puramente técnico y laborioso, nada espectacular (y que por eso mismo prefiere mantener desapercibido), consistente en desmontar los sonidos uno tras otro, ralentizarlos o acelerarlos para acercarlos al registro de la voz humana para, a continuación, memorizarlos, interpretar pequeños fragmentos de sonido, registrarlos y devolverles la velocidad original para ir substituyendo uno a uno los sonidos naturales por su equivalente en la versión, digamos, cantada. En definitiva, someterse a un trabajo laborioso y preciso para producir un paisaje sonoro absolutamente construido que sustituye al natural de una manera verosímil.
Al principio del texto hablábamos de una aproximación subversiva y juguetona. Ambos aspectos están muy presentes en Treball de camp, aunque siempre precedidos por el adverbio sutilmente. La sutilidad es la que hace que no sea obvio que los sonidos que escuchamos no son los naturales. La audición de la pieza provoca ciertos momentos de irritación, de tener la sensación de que algo no encaja, de momentos orquestados o demasiado compuestos. La irritación o la sospecha son precisamente lo que refuerza la atención y, con ella, la necesidad de investigar, de averiguar qué es exactamente lo que provoca extrañeza, intentar comprender y descubrir la construcción del mecanismo para pensar y hacernos preguntas, de nuevo, acerca del yo y el paisaje, que es lo mismo que decir, sobre nuestra relación con el mundo.
Montse Badia
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