Hay momentos en la historia en que los subterfugios, el cinismo y los dobles significados dominan los discursos y las ideologías. Los primeros años del siglo XX fueron especialmente oscuros y convulsos, unos años de crisis a todos los niveles en los que sólo se podía reaccionar a través de la furia: “Dense a sí mismos un puñetazo en la cara y caigan muertos”. Así terminaba el sexto de los siete manifiestos escritos por los dadaístas.
Un poco más tarde y con la situación todavía no resuelta, Luis Buñuel también buscaba no sólo “épater le bourgois” sino despertar al espectador de su letargo, incomodarlo y hacerle reaccionar. Y su estrategia no puede ser más eficaz: “El perro andaluz” se inicia con una escena memorable en la que un hombre sostiene una navaja de afeitar (el propio Buñuel) y disecciona el ojo de una mujer. La indiferencia no tiene cabida y la comodidad tampoco. En 1973, Bruce Nauman sigue la misma táctica para zarandear al espectador en un grabado en el que aparece invertida la siguiente amonestación “Pay attention mother fuckers”.
La primera década del siglo XXI está resultando tan convulsa como la del siglo XX, pero menos clara quizás. No ha habido una gran guerra que haya arrasado con todo, sino muchas y muy sutiles transformaciones que han hecho que el suelo de las certezas se rompa bajo nuestros pies. “Sorry, we’re fucked”, escribe Kendell Geers sobre un espejo en el que nos vemos reflejados.
Estos días nos reencontramos con Kendell Geers que presenta una magnífica muestra de su trabajo en la Galería ADN de Barcelona. Su manera de trabajar y sus formas de presentación no pueden ser más pertinentes no sólo en relación al contexto global sino
también al de la anestesiada (sobretodo cultural e institucionalmente) Barcelona. Geers empezó a articular su trabajo a partir de un sentimiento de culpa debido a su condición de blanco nacido en Sudáfrica. Testimonio de innumerables injusticias, Geers optó muy pronto por aplicar un estilo directo y sin concesiones. En las antípodas de lo políticamente correcto, Geers se autodefine como “terrorealista”, esto es, “exhibe lo real de manera impúdica, sin los filtros ideológicos, morales o religiosos que suelen alterarlo”, tal como escribe Pierre Olivier Rollin, comisario de la exposición.
Estos son algunos de los trabajos que se muestran. Una decorativa derivación del “LOVE” de Robert Indiana, transformado en un enorme mural en el que las letras configuran filigranas en las que puede leerse la palabra “COÑO”; variaciones (en forma de explícitos penes añadidos) en diversos motivos como iconos religiosos, populares o políticos o una instalación en la que cuelgan del techo ladrillos, como los que utilizaron los activistas anti-apartheid que suspendieron ladrillos desde puentes para que golpearan los cristales de los coches cuando éstos pasaban bajo el puente.
Como los dadístas, Buñuel, Nauman y tantos otros, Geers no nos deja que nos relajemos. “Sorry, we’re fucked”. A ver si reaccionamos.