Hablar de otros para hablar de uno mismo es una estrategia bien conocida en el mundo del arte. Esto es precisamente lo que hace Jonathan Monk a partir del maestro, Richard Prince, de un grupo de jóvenes artistas y, para redondear la cita, del mismísimo Prince, el genio de Minnesota.
Jonathan Monk es un artista fácil de clasificar. Su trabajo presenta los formatos más variados y las apariencias más diversas (pinturas abstractas, fotografías documentales, textos que fijan citas para un futuro próximo, objetos que reproducen partes de su propio cuerpo como unidad de medida, indicadores con las horas de apertura de una galería de arte o proyecciones de diapositivas que «animan» propuestas minimalistas, entre otras), pero su discurso es claro: analiza los referentes del arte desde una mirada irónica anclada en el presente. Su objetivo también lo es: desmitificar el arte y el proceso creativo, bajarlo de su pedestal y cuestionar la idea de autoridad artística. Su estrategia: de una manera camaleónica, se apropia de ideas e imágenes, las revisa y propone su relectura desde la ironía.
Lejos de ser un outsider del sistema del arte, la trayectoria de Jonathan Monk goza de pleno reconocimiento, es habitual en los listados de artistas de bienales internacionales, está representado o colabora con más de media docena de galerías internacionales (y, en consecuencia, su diversificada presencia es a veces excesiva en ferias de arte internacionales). Y, claro, también comisaría exposiciones.
«Richard Prince and the Revolution» es una exposición comisariada por Jonathan Monk, en la que utiliza una inteligente estrategia que consiste en hablar de otros para, en el fondo, hablar de uno mismo o para generar situaciones de significado. Repasando otros ejemplos de artistas que han actuado de manera parecida, nos encontramos con Franz West. En 2007, West inició junto a Urs Fischer el proyecto «Hammsterwheel» que reunió una serie de trabajos relacionados con una idea de «carnavalización» del arte, humor, baja tecnología y una cierta suciedad, es decir, algunas de las características que definen el trabajo del propio West. La exposición que se mostró en Le Primtemps de Setembre de Montpellier, el Centro de Arte Santa Mònica y la 52 edición de la Bienal de Venecia, fue creciendo y readaptándose, incluyendo y depurando trabajos de una manera rizomática, a partir de criterios de amistad, cercanía o empatía entre los artistas.
Otros casos: en noviembre de 2007, en el Palais de Tokyo, Ugo Rondinone comisarió una exposición en la que incluyó artistas presentes en su colección. En septiembre de 2008, François Curlet reunió a una veintena de artistas en una exposición titulada «Curiosität» en la que lo cotidiano era el «leitmotiv» tanto de las obras seleccionadas como de los intereses discursivos de Curlet. En esa misma dirección había trabajado en el 2002, Antonio Ortega (también presente en la exposición de Curlet) en «Antonio Ortega and the Contestants», en la que transformaba su exposición individual en The Showroom en Londres en una muestra colectiva en la que invitó a participar a cinco artistas recién licenciados en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona. Con esta propuesta, pretendía evidenciar las dinámicas de producción en arte, al mimetizar las estrategias promocionales de otros ámbitos de la cultura pop, a la vez que exploraba las nociones de autoría y la naturaleza jerárquica y competitiva del mundo del arte. Y también, last but not least, se erigía en referente para una generación más joven de artistas.
Otra posibilidad es hablar de otro para hablar de uno mismo, pero no mirando al futuro sino buscando referentes reconocidos y como estrategia de legitimación. En octubre de 2004, tras recibir el Hugo Boss Prize en 2002, exponer en el Museo Guggenheim de Nueva York y mientras se afianzaba su presencia en la escena artística norteamericana, Pierre Huyghe escribió un artículo titulado «Garden party» en la revista Artforum, en el que analizaba los trabajos de Andy Warhol y sus maneras de producir, en relación al capitalismo y a la sociedad de consumo, pero en el que sobretodo ponía el énfasis en la idea de The Factory como lugar de producción de mitos y relaciones más que de objetos. Al definir The Factory como un lugar relacional, Huyghe establece una genealogía que lo vincula directamente a Andy Warhol, o lo que es lo mismo, viene a decir: «Andy Warhol y yo».
En «Richard Prince and the Revolution», Jonathan Monk hace como Ortega y como Huyghe a la vez. Se legitima a partir de un referente incuestionable, al tiempo que incorpora artistas más jóvenes (algunos de ellos alumnos suyos) para los cuales él mismo se constituye en referente. Y ¿cuál es el referente de Monk? Ni más ni menos que el rey de la apropiación, Richard Prince, el artista que en 1975 empezó a trabajar con collages de fotografías y desde entonces no ha parado de hacer «rephotographs», es decir, de fotografiar los trabajos de otros, de tomar imágenes publicitarias de las que elimina eslóganes y marcas, como es el caso de los cowboys de Marlboro, o de incorporar chistes fáciles y populares a sus obras, como estrategia para mostrar el subconsciente de la conciencia colectiva americana, al tiempo que, desde la ironía y la subversión de los mensajes, cuestiona las nociones de autoría, autenticidad y copyright.
No es la primera vez que los nombres de Jonathan Monk y Richard Prince se aúnan en un mismo proyecto. En el año 2006, en la galería Mezzanin de Viena, la exposición «Jonathan Monk, Richard Prince», estableció un diálogo entre los trabajos de ambos artistas. Una relación que Monk no duda en retomar ahora para enfatizar esa genealogía que le une directamente a Richard Prince, un artista además bien cotizado (recordemos que «Untitled (Cowboy)» batió un record en una subasta en Christie’s New York en el año 2005 al venderse por un millón de dólares), un tipo de reconocimiento al cual Monk no hace ascos. Pero además, Monk añade un eslabón más a la cadena, al incorporar a Pierre Bismuth, un artista casi de la misma generación que Monk (Bismuth nació en 1963 y Monk en 1969), de dilatada trayectoria e interesado en analizar y deconstruir los modelos de percepción y desestabilizar los códigos de lectura. En la exposición en ProjecteSD, Bismuth está bien representado con una obra al más puro estilo Prince, consistente en dos revistas de moda femeninas cuya lectura fragmentada y transversal de los titulares otorga nombre a la pieza: «Don’t Date After Apartheid».
De esta manera, en «Richard Prince and the Revolution», el trabajo de Prince es revisitado o citado a partir de una docena de artistas que subrayan ciertos rasgos característicos del artista norteamericano. Destacamos algunos de ellos: Anne Collier y Matthew Higgs hacen referencia a la pasión por los libros de Prince al fotografiar el libro «I Married An Artist», la autobiografía de una mujer que se casó con un renombrado artista canadiense. La referencia encuentra ecos en la vida personal de Collier y Higgs, también pareja. Scott Myles se centra en la re-fotografía y re-creación de imágenes publicitarias y presenta un doble autorretrato acompañado de una pequeña fotografía de referencia: dos fotografías casi idénticas en las que aparece un primer plano del artista esconden un gran diferencia de «making off», ya que mientras en una de ellas el artista posa delante de un fragmento de una valla publicitaria de Marlboro en la que se identifica Monument Valley, la otra fue tomada en la localización original. La pequeña fotografía de referencia muestra el cartel de Marlboro en Escocia. Isabell Heimerdingen retoma un trabajo antiguo, datado en 1999, que alude a los trabajos de Cowboys de Prince. Heimerdingen recortó anuncios de Marlboro aparecidos en revistas y eliminó, disimulándolos con pintura, todos aquellos elementos que no formaban parte del paisaje, desde las cajetillas de tabaco hasta los propios vaqueros, de manera que devuelve a los caballos a su entorno natural y salvaje. Dan Rees retoma los trabajos de «Girlfriends» de Prince (fotografías de tono erótico de chicas) y las transforma en «80 girlfriends in 2007», en el que muestra en 80 diapositivas una serie de imágenes de amigas y conocidas del artista durante el año 2007. La referencia de Rees en este caso no es sólo Prince, sino también Ed Ruscha y «Five 1955 Girlfriends» (1969), un trabajo publicado en el catálogo de la exposición «Konzeption-Conception» del Städtisches Museum de Leverkusen en el que Ruscha incorporó retratos de sus amigas en la escuela en Oklahoma.
Y, puesto que los libros siempre han estado bien presentes en la trayectoria de Prince (en ProjecteSD se presenta una exhaustiva selección), la contribución de Jonathan Monk se completa con la publicación de un libro de artista «Studio Visit» en el que Monk nos abre su estudio, es decir, multitud de imágenes que por una u otra razón el artista señala, recoge y compila.
No cabe duda que existe una clara conexión entre los trabajos de Prince y Monk, pero también encontramos diferencias. Prince es un coleccionista de arte, de muebles, de libros, de imágenes y de referencias, necesita apropiarse para evidenciar cosas, utiliza la mimetización para decir algo completamente diferente, que en su caso es muy concreto: lo que se esconde tras la llamada «identidad americana». Monk, por su parte, seguramente subscribiría sin problemas la respuesta de Vito Acconci a una pregunta acerca de la definición de su práctica como artista conceptual: «I don’t have any particular skills, but I know how to use the Yellow Pages».